Escrito por Emphy (Suggestion Project) (Perú). Ganador TERCER LUGAR en el concurso de Fanfics de «Latinalia 2019».

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Faltaban pocas horas para desembarcar en Guayaquil; José de San Martín se encontraba ansioso desde que salió de Lima. Ni cuando emprendió con sus heroicas hazañas libertadoras podía compararse con la exaltación que sentía en esos momentos. Conocería en persona a Simón Bolívar, el Libertador del norte, a quien admiraba profundamente.

Unos meses atrás le envió una carta, aunque no podía recordar lo que escribió por entero, en su cabeza resonaba la siguiente frase: “Yo no puedo ni quiero dejar de esperar que el día en que se realice nuestra entrevista, el primer abrazo que nos demos transigirá cuantas dificultades existan…”[1]

¿Fue demasiado? ¿Acaso sus palabras se podían malinterpretar? Trató de ser formal pero parecía que su admirador interno emergió en esas líneas. Peor fue la respuesta que obtuvo por parte de Bolívar, que decía “Me afirma que nuestro primer abrazo sellará la armonía y la unión de nuestros Estados (…)Esta conducta magnánima por parte del Protector del Perú fue siempre esperada por mí. (…) Soy de V. E. su atento, obediente servidor.” [2]

San Martín no era un jovencito; no obstante, podía sentirse como uno de 15 años frente a la correspondencia de un primer amor. Esa algarabía en su corazón opacó el hecho de que sus asuntos eran en estricto político.

El desembarco se dio sin problemas, aunque se decepcionó al ver que en el grupo de personas que lo recibieron no se encontraba Bolívar.Como primero los invitaron a descansar pensó que era lo mejor, así estaría más cómodo para el ansiado encuentro. Al día siguiente, lo vio aproximarse al lado de sus hombres, no pudo evitar exaltarse de emoción, fueron sólo unos segundos que no pasaron desapercibidos por Bolívar, quien le regaló una sonrisa cómplice y dijo:

– Tengo el gusto de estrechar la mano a mi amigo, permítame usted que lo llame así, que es el título mayor que puedo darle.

Bolívar extendió una mano y con la otra dio pequeños golpes en su hombro en señal de cordialidad. Por unos instantes San Martín perdió el habla, logró recuperarse y correspondió el saludo. Después del respectivo protocolo de presentaciones, Bolívar no quería perder más tiempo e indicó que sería mejor conversar en una habitación en particular: su oficina. En cuanto la comitiva de San Martín inició el paso Bolívar los detuvo.

– Disculpen distinguidos señores, me encantaría que esta conversación sea solo entre el Libertador del sur y yo, si es que no hay ningún inconveniente.

Eso tomó por sorpresa a San Martín, sus acompañantes se miraron confundidos, no podían negarse a ese particular pedido.  San Martín aceptó los términos. Caminaron en silencio hasta una habitación que se encontraba fuera del recinto; cuando entraron San Martín observó perplejo, era bastante espaciosa, pomposa, digno lugar de un líder para tomar decisiones importantes y planes estratégicos.

Ambos se sentaron frente a frente, entre ellos había una pequeña mesa de vidrio, donde Bolívar colocó unas copas. Le ofreció un licor importado de un país vecino, San Martín lo rechazó sin dudar. No creía adecuado beber en esa situación, después de todo tenía una formación militar fuerte, era muy estricto para esas cosas, no obstantever a Bolívar beber con bastante solemnidad le hizo sentir que algunas reglas podían quebrarse.

Pasaron horas conversando sobre el futuro del Perú y sus planes para expulsar de una vez a la corona española. San Martín proponía negociar con ellos, Bolívar estaba reticente a esa idea.

– Es ahí donde se equivoca. – Increpó Bolívar – ¿No es acaso que usted ya intentó negociar con ellos y fue rechazado? ¿Por qué tocar ese asunto de nuevo? Dígame la verdad, mi distinguido señor, ¿Qué le trae aquí? Aún sabiendo que Guayaquil no es más un sitio neutral…

– Yo… ya sabía de eso, pero vine personalmente para invitarlo a Perú y juntos poder expulsar el dominio español. – Bolívar lo observócon atención, San Martín no se amedrentó. Estaba decidido. – No quiero que piense que intento hacerlo mi subordinado o algo por el estilo. Yo puedo ser su segundo al mando, estoy dispuesto a ceder mi título si es necesario. No necesito honores, sólo quiero que los países de Sudamérica sean libres.

– ¡Oh! Eso es muy modesto de su parte, entonces, y seguramente como me lo ha propuesto está dispuesto a obedecer mis órdenes, ¿no es así?

– De… de ser necesario, sí.

Bolívar dejó su copa sobre la mesa, se levantó aproximándose a San Martín, que seguía sentado, un poco sorprendido por la acción del otro. Bolívar apoyó sus manos sobre el descanso del sofá, estaba a milímetros de sus labios, podía sentir como su respiración se mezclaba rítmicamente con la suya. San Martín evitó mirarlo, sabía lo que pasaría si lo hacía…

– ¿No le estoy presionando, verdad? Pensé que había entendido su mensaje en la carta, y pensé que usted había entendido el mío.

Las palabras de Bolívar hicieron que por reflejo San Martín lo mirase fijo, marcando su condena. Su corazón parecía que iba a explotar en cualquier momento, tenerlo tan cerca, sentir el roce de sus labios, sus ojos puestos en él, estaba acorralado; podía sentir como una electricidad recorrer su cuerpo, sus pantalones evidenciaronsu excitación. Sin nada más que ocultar, se entregó ante su ídolo y admirador. San Martín, que antes tenía el rostro tenso, cerró los ojos y dio pase libre para que su ídolo se aproximará. Ambos se besaron con pasión, intensificada cada vez con más deseo, Bolívar comenzó a pasar su mano por sobre el uniforme de San Martín, en un intento de desvestirlo.

– Es… espera – San Martín lo detuvo trémulo, su mirada preocupada se dirigió hacia la puerta.

– ¿Le preocupa que alguien nos vea? – Bolívar rio bajo. – Eso no pasará, les dije a mis hombres que esperaran hasta que yo les avise. No vendrá nadie así pasen días. Lo que aquí suceda nadie lo sabrá. Los únicos testigos seremos usted, yo y estas paredes.

Con esas palabras San Martín se tranquilizó, le sonrió en señal de aprobación. Si eso era verdad todo estaría bien. Ellos podrían mantener su amor a escondidas mientras estuviesen en Perú. Los dos unidos en el gobierno y también en la habitación, serían una dupla imparable. Entonces, comenzaron a despojarse de sus vestimentas para proceder a sellar su acuerdo. La diferencia de 10 años entre ellos se hizo evidente, a pesar de que San Martín era mayor se sintió feliz de entregarse a Bolívar, era un sueño platónico que nunca esperó realizar, pero tuvo que admitir que hubo cierta dificultad en aguantar las feroces embestidas que El Libertador del Norte le proporcionó.

Al día siguiente Bolívar mandó organizar un banquete para San Martín y su comitiva, todos estaban muy animados porque al parecer ambos libertadores llegaron a un acuerdo, o al menos entendían que esa era la razón de ese agasajo. Sin embargo, Bolívar no había pronunciado ningún comunicado que le indicara a San Martín de que viajarían juntos al Perú, así que buscó un momento en el que estuviera solo para poder conversar.

Por fin lo encontró sin compañía mientras deambulaba por el segundo piso, justo cuando iba a confrontarlo apareció un general del bando de Bolívar, por lo que se ocultó detrás de un pilar. Como ninguno de los dos habían anunciado sus planes, este general tocó el tema en primera instancia, parecía que también había esperado que Bolívar estuviera a solas para preguntarle, por la forma como se trataban pudo deducir que eran buenos amigos. Las risas burlonas comenzaron a surgir cual murmullos, en un vano intento por ser discretos. San Martín no podía oír con exactitud lo que decían, empero frases sueltas como “lo fácil que fue negociar con San Martín” fueron suficientes para darse cuenta de lo que murmuraban. Bolívar había roto su promesa, ¡Ahora alguien más sabía lo que había pasado en esa habitación! Decepcionado, concluyó entonces que fue traicionado. Saberlo fue un baldazo de agua fría, lo cual hirió su corazón y sobretodo su orgullo.

San Martín vio que el general se retiró e intentó hacer lo mismo, pero fue descubierto por Bolívar. Hubo un silencio incomodo entre ambos, hasta que Bolívar supo manejar la situación disimulando una sonrisa. Siempre sabía qué hacer, por eso también lo admiraba.

– ¡Oh! Estaba aquí mi querido amigo, lo estamos esperando abajo para…

– No se moleste. – San Martín fue seco, cortante. – Solo quería anunciarle que dejaré mi cargo y abandonaré el Perú. Sé que usted hará un mejor trabajo por eso le dejaré la mitad de mis hombres para que haga su ingreso triunfal y consiga ganar las batallas que necesite.

Bolívar lo miró con asombro, ese gesto de incomodidad complació a San Martín, al parecer todavía mantenía su toque para poder dominar la situación. No tuvieron tiempo de decir nada más, puesto que llegaron a reclamar sus presencias en el salón principal.

San Martín no volvió a ver a Bolívar después del festín, tampoco apareció en su embarco, admitió que así era mejor. Sin embargo, no pudo evitar escribirle una carta meses después:

“Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra; desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o de que usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con la fuerza de mi mando, o de que mi persona le es embarazosa (…)  En fin, general, (…) al siguiente día de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el único obstáculo que le impide a usted venir al Perú (…) He hablado a usted con franqueza, general, pero los sentimientos que expresa esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio (…) admita usted, general, esta memoria del primero de sus admiradores (…).[3]

Con las maletas hechas y una carta que escribió a los peruanos donde anunciaba su retirada de la vida pública, San Martín se sintió terrible al recordar lo sucedido de ese viaje, ni por un minuto pensó en su esposa enferma e hija. ¿Cómo podría confrontarlas ahora? Su conciencia no lo dejaría tranquilo. Sabía que era el momento de retirarse, buscar clemencia, así tuviera que dejar el pase a que otros tomen el crédito. Aún así su admiración por Bolívar nunca cesó. Ni en el momento de su deceso, cuando la santa muerte vino a darle descanso a su atribulado corazón, dejó de acompañarle una fotografía de su libertador.

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[1]Carta del Gral.José de San Martín a Simón Bolívar reclamando por la Anexión de Guayaquil a Colombia, 03/03/1822]

[2]Respuesta del Gral.Simón Bolívar ala carta del Gral.José de San Martín sobre la Anexión de Guayaquil a Colombia, 22/06/1822

[3]Carta del Libertador don José de San Martín al Libertador de Colombia, Don Simón Bolívar. 29/08/1822

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