Escrito por Céline Hernández (Shigan Hiome) (México).

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Nota de la autora:

Buscando material para el concurso de Latinalia estuve pensando en shipps de países, pero ninguno me convencía así que me interné en Google buscando información de los personajes que participaron en la Independencia de México. Si bien es conocida la forma romántica que se cuenta sobre la lucha por la libertad, nuestro país tiene un lado obscuro en esta historia. Escogí a Ignacio Allende y Juan Aldama como pareja porque en primer lugar siempre los describen como si fueran dependientes uno del otro, y en segundo lugar porque en México se le da más peso al nombre del cura Miguel Hidalgo, siendo que, quien comenzó la idea de la independencia fue Ignacio Allende.

Existen varias versiones de cómo sucedieron las cosas el día que inició el movimiento de independencia, por lo que traté de apegarme a la versión más realista.

Espero disfruten la lectura, y por favor, si alguien ve errores en la línea de tiempo o los datos históricos dentro de este fanfic siéntase libre de decirme para corregirlo.

ATTe: Celine Hernández (Shigan Hiome)

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LAZOS DE AMOR

-¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Viva Fernando VII!

La voz del cura Hidalgo sonaba como un eco dentro de mi cabeza, me enchinaba la piel y removía mis entrañas; esa madrugada lamenté dejarlo lejos de mí, deseaba tomar su mano con fuerza y no soltarla hasta que todo terminara.

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El nuevo siglo trajo consigo desgracias. La Nueva España comenzaba a sufrir los efectos secundarios de la invasión francesa a la España del viejo mundo. El encierro del Rey Fernando VII por parte del borracho José Bonaparte empeoraba aún más la situación. La desigualdad en el nuevo continente se hacía más presente con el paso de los meses y era imposible de soportar. La situación debía terminar.

-¡Esto no está bien, y lo sabes Hidalgo!- Por segunda vez trataba de convencer al cura para comenzar una rebelión. Había escuchado con anterioridad que no era como cualquier religioso, Miguel Hidalgo y Costilla siempre fue un hombre que disfrutaba la vida y aborrecía las injusticias; no existía personaje más libertino en todo el pueblo que él. Cabía la posibilidad de que quisiera unirse a la loca idea de luchar por nuestros derechos, pero nuevamente me rechazaba. -¡Por favor apoyame! Juan Aldama y su hermano Ignacio me respaldan, pero no es suficiente, tú tienes el respeto y la confianza del pueblo.

-Si por respeto te refieres a que se burlan de mis borracheras y hablan a mis espaldas sobre las mujeres que meto a la parroquia, te equivocas. Poca gente se fía de mi buen juicio Allende-. Me miró de forma penetrante, sus labios se curvaron hacia abajo endureciendo sus facciones. -Vuelve otro día, ya va a ser hora de misa.

Por segunda vez me atreví a tragar mi orgullo para pedir piedad y de nuevo era pateado como perro. ¿Cómo era posible que un criollo1como él no quisiera rebelarse?

La gente es muy explícita a la hora de contar chismes, y el más grande era que el cura Hidalgo había tenido una vida dura bajo los mandatos de los gachupines2; me causaba conflicto la idea de que no quisiera unirse al movimiento.

-¡Ese hombre me pone de malas!- Abrí las puertas de la oficina lleno de rabia.

-¿Te rechazó de nuevo?- Juan me miró mientras cerraba el libro que tenía en las manos y lo colocaba en el escritorio.

Cerré las puertas con tanta fuerza que uno de los cuadros en la pared cayó al suelo. -¡Es la segunda vez! ¿A caso es tonto? Él siempre habla de libertad y justicia, y ahora que las cosas se facilitan se niega a ayudarnos.

-Allende, comprende, no es una decisión fácil. Nosotros estamos traicionando al Regimiento de la Reina-. Se acercó a mí y trató de tranquilizarme acariciando mi mejilla.

-Lo sé, pero me frustra seguir viviendo en un lugar con tanta frivolidad e injusticia-. Aprisione su mano con la mía hundiéndola más en mi piel. -Te agradezco por apoyarme con esta locura Juan.

-Es un enorme placer-. Me sonrió con comprensión y beso mi frente con ternura. -Intenta convencerlo mañana, ya sabes, »la tercera es la vencida».

Lo miré directo a los ojos y con decisión le dije -no pienso rendirme, si él no lo acepta buscaré a alguien más que sea nuestro apoyo en esta guerra. Aunque deba remover piedras, encontraré a alguien que sienta la misma rabia que nosotros y desee pelear a nuestro lado.

Su rostro de repente mostró una sonrisa coqueta. -Ese entusiasmo en tus ojos me provoca, mejor callate y dame un beso-. Juan me tomó por el cuello de la camisa y beso mis labios con inocencia.

Sin poder evitarlo solté una leve risilla antes de contestarle. -Qué insubordinado eres. Tendrás que acompañarme a la parroquia mañana, le rogarás al cura Hidalgo que se una al movimiento.

-Sólo espero que no me ordenes vestirme de mujer para convencerlo-. Juan se echó a reír mientras me abrazaba y pegaba su frente a la mía. -Lo mio no es ser berdache3. Y no soy insubordinado, soy mayor que tú por cinco años.

-La edad es lo que menos importa. Además, no estaría dispuesto a compartirte con alguien, ¡menos con Hidalgo! Suficiente tienes con el cariño de tu hermano-. Le lancé una mirada que compartía celos y sarcasmo.

-Tonto, ya terminó nuestro descanso.

~

La mañana siguiente fue un tormento, la Reina había ordenado el movimiento de algunos estantes y documentos de importancia a una de las torres cercanas a su dormitorio, siendo mi regimiento el conejillo de indias para hacer el traslado de pertenencias. La tarde se había pasado entre órdenes y papeleo dentro del Regimiento Provincial de Dragones4​ sin poder salir ni siquiera a fumar un cigarrillo.

-Ya es tarde, quería ir a la parroquia-. Dije al aire sin pensarlo.

-¿Acaso desea confesarse Capitán Allende?-. Una voz un tanto molesta se hizo escuchar al final del pasillo, era el Capitán Arias, quien cargaba una pila de papeles con sus dos manos.

-Nunca es tarde para hacerlo, ¿no cree Capitán?-. Siendo amable contesté sin decoro.

-Hace tiempo que no piso una iglesia, seguro sólo visitaré una cuando mi cuerpo haya fallecido, Capitán, las confesiones son para los débiles que sienten culpa de serlo-. En verdad, había un tono en su voz que me molestaba, pero debía soportarlo si deseaba terminar pronto con el trabajo.

-Eso es tener espíritu militar, Capitán-. Me limité a contestar y dejé que el tiempo hiciera lo suyo.

Una vez entrada la noche fui a hurtadillas a la parroquia, acompañado por mi “insubordinado” compañero de amores. Nos infiltramos dentro y después de rezarle a la virgen una voz nos llamó.

-Si vienen de nuevo para involucrarme en su movimiento de rebeldía no los detendré.

-Cura Hidalgo-. Juan parecía sorprendido.

-Sí, vine de nuevo para hacerte la invitación. Si no deseas unirte sólo recházame de una vez para largarme de aquí y buscar a alguien más.

-Yo te busqué a alguien, Allende-. Detrás de él estaba la figura de un hombre. -Su nombre es Miguel Domínguez, trabaja como tesorero y está dispuesto a cooperar junto con su esposa Josefa.

Juan sonreía de oreja a oreja conmocionado por la noticia. Yo por otra parte me encontraba anonadado, el cura por fin había aceptado mi propuesta y como si fuera poco había buscado gente para unirse al movimiento.

-Yo también me uno.

La voz que provenía de la entrada me dejó congelado, como si toda la sangre de mi cuerpo se drenara de repente. Era el Capitán Arias quien hablaba.

-¿Sorprendido? El cura Hidalgo es un buen amigo. Me hizo la propuesta y por supuesto la acepté-. Sonreía como demonio, cada paso que daba sonaba como un eco.

-Es perfecto. Tenemos buenas mentes en esta conspiración. Cuento con todos ustedes-. Hice un pequeño movimiento con mi cabeza, como si reverenciara el esfuerzo de cada personaje que estaba a mi lado.

Debía admitirlo, la presencia del Capitán Arias me ponía incómodo a tal grado de dejarme una sensación de hormigueo en la nuca, pero si deseaba que el movimiento continuará, debía pasar por alto el hecho de tenerlo dentro de los planes de rebeldía.

Las reuniones de nuestra conspiración comenzaron en las oficinas de la parroquia, aunque la mayoría de veces se realizaban en casa de los Domínguez. Nuestras noches se pasaban con tazas de chocolate mezclado con mezcal5, comida típica de la zona y teorías de cómo se podría comenzar la rebelión. Los meses se pasaban como agua. Estaba decidido, el primer golpe se daría iniciando el mes de octubre. Todo estaba preparado, incluso estaba contemplado en el mapa la cantidad de gente que podría animarse a destituir a los españoles de su puesto. Pero había olvidado un importante detalle.

~

La tarde era lluviosa, mientras escribía algunos informes bajo la luz de la lámpara de alcohol la puerta se abrió repentinamente. Inconsciente de mí levanté la cara y al aclarar la vista le sonreí a la figura que aparecía frente a mi escritorio.

-Traje una carta para que la firme Capitán-. Mirando hacia los lados en el pasillo, Juan cerró la oficina con llave. Si bien eran pocos los momentos que podíamos vernos a solas, tratábamos de aprovecharlos al máximo. A pesar de estar casados con mujeres bellas y engendrar hijos muy buenos, nos era imposible detener el impulso de aferrarnos el uno al otro cuando nos encontrábamos a solas.

Como dos imanes que se atraen nos abrazamos. Quité su gorro y acaricie su azabache y esponjado cabello.

-Debo ir al pueblo de Dolores. El movimiento está próximo a iniciar. Tu debes quedarte y reclutar a más gente-. Besé su frente un par de veces, tratando de consolarlo como si fuera un pequeño de cinco años.

-Allende, por favor, no emprendas ese viaje, no vayas-. Juan se aferraba a mi con fuerza arrugando el saco que me cubría, me miraba como un pequeño que le ruega a su padre por una golosina que sabe que no obtendrá.

Lo aprisioné en un abrazo más íntimo, llenando mis pulmones con el aroma a tabaco que desprendía de su cuerpo. -¡Vaya! Solo me llamas por mi apellido cuando te pones serio. Sabes que debo hacerlo, nos quedan pocas semanas para comenzar la rebelión, debo ir.

-No vayas. Tengo un mal presentimiento sobre esto.

-Tranquilo, si algo sucede enviaré por ti, te lo prometo. Voy a estar bien-. Acaricie de nuevo su cabello y besé su frente. -Y si tu te enteras de cualquier cosa que esté mal, estoy seguro de que volarás con tu caballo hasta mi para darme las malas noticias.

Como si fuera un mal presagio las palabras de Allende se cumplieron. Las noticias corrieron más rápido que la muerte de un Rey. Ignacio Pérez llegó como alma que lleva el diablo a la casa de Juan; Doña Josefa Ortíz de Domínguez fue retenida por su esposo dentro de su habitación6. La conspiración había sido descubierta.

-¡Lo sabía, algo estaba mal!

Sin hacer mucho caso de su esposa e hijos se despidió y voló con su caballo de San Miguel el Grande hacia Dolores. Llegó en la madrugada y tocó a las puertas de la parroquia como alguien que clama asilo desesperadamente .

Hidalgo salió antes que yo me uniera a averiguar quién era el loco que irrumpía en nuestra junta. -¿Juan?

-Cura Hidalg… ¡Allende!-. Su voz cambió de tono al verme, no lo había visto tan preocupado y emocionado a la vez. -¡Nos descubrieron! ¡Arias nos traicionó!-. El pobre hombre se atragantaba con aire mientras hablaba.

-Tranquilo, pasa, toma una taza de chocolate con piquete7​ mientras te calmas-. Hidalgo le cedió el paso y lo alojó en la oficina, sentado a mi lado.

El rostro de Juan seguía empalidecido; respiraba frenéticamente y no dejaba de ver mis ojos. -¿Qué haremos?

-Somos perdidos, señores, aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines-. Con un tono de voz burlona Hidalgo nos repartía pan y servía chocolate envinado.

-¿Matar españoles?-. Juan estaba asustado.

-Es la única opción que nos queda, no es momento para acobardarse. ¿Acaso no fueron ustedes dos los que insistían en comenzar esto?-. Hidalgo se empinó la botella de vino para consagrar.

-Tiene razón, este movimiento lo empezamos para buscar justicia Juan, no podemos echarnos para atrás, estaríamos traicionando nuestros ideales-. Me limité a mirar la mesa.

-Bueno, alístense, yo iré a rezar a nuestra santísima virgen para que nos bendiga-. Hidalgo se fue con la botella en mano. -Se quedan en su casa-. Cerró la puerta de la oficina detrás de él y tarareó un jarabe8​​.

-No has dicho casi nada Ignacio, ¿estás bien?-.

-Tenías razón, no debí dejarte-. Me acerqué a Juan y lo abracé más fuerte que nunca; me sentía arrepentido, había prometido que todo estaría bien, sin embargo, ahora las cosas tomaban una ruta distinta. De pronto el pánico se apoderó de mí. Si bien yo había ideado el plan de conspiración para Querétaro, no estaba preparado para una traición como esta. Sentía que el mundo iba a aplastarme.

-Ocupas un papel importante en estos momentos Ignacio, pero no estás sólo. Estoy seguro de que la gente del pueblo también se levantará en armas; ellos buscan justicia tanto como nosotros-. Me rodeo con sus brazos. -No temas-. Apretó el abrazo. -Aunque yo también esté un poco alarmado por la situación sé que estaremos bien, tú estás conmigo, yo estoy contigo, no importa nada más o ¿si?-. Juan besó mi cuello, mi barbilla y por último mis labios.

– Gracias. Tu apoyo es lo más importante en estos momentos.

-Te quiero Ignacio-. La puerta comenzó a hacer ruido, Juan y yo nos separamos al momento justo en que Hidalgo entraba de nuevo a la oficina.

-¿Estan preparados?-. Como era su costumbre, traía una botella de mezcal, sacó unos vasos y nos sirvió un trago. -¡Hay que brindar!

-Estamos preparados para lo que venga Hidalgo, es un placer iniciar este movimiento con tu ayuda-. Tomé mi vaso y lo alcé.

-¡Vamos a golpear gachupines!-. Juan tomó su vaso con una sonrisa y lo elevó a la altura del mío.

Jamás había hecho un brindis que me provocara más placer. La sensación de hermandad me hacía sentir más seguro.

-Iré a la capilla por nuestro estandarte. ¡Se sorprenderán!-. Hidalgo estaba tan emocionado que casi se ponía a bailar en el pasillo; por segunda vez nos dejaba solos en la oficina.

-De nuevo solos-. Le sonreí a Juan con lujuria y tomé su barbilla. No sabía si el trago o la euforia me había afectado, pero veía a Juan aún más apuesto que otras veces. Me fue inevitable lanzarme de lleno a sus labios para besarlo apasionadamente; un beso húmedo y ruidoso. Nuestros labios se devoraban mutuamente y chocaban como las olas del mar sobre las rocas de la playa.

-Te amo, tanto como amo a mi patria, tanto como amar ver el cielo y tanto como amar este día-. Juan volvió a aprisionar mis boca mientras se aferraba de mi cuello.

-Cursi. Yo también te amo, aunque seas insubordinado-. Sonreí y mordí suavemente sus labios, sus jadeos excitaban cada parte de mi piel acelerando mi respiración, estaba extasiado. -Moriremos juntos, lo prometo.

-Eso sí es cursi Capitán Allende.

-Te gustan ese tipo de cosas-. Le sonreí con sarcasmo.

Unos pasos alegres se acercaban a la oficina; nuevamente Juan y yo nos separábamos.

-¡Admiren esta belleza!- Hidalgo entró con un estandarte en mano.

-¡¿La Virgen de Guadalupe?!-. Juan y yo abrimos los ojos como tecolote9..

-Morena y hermosa. Ella nos bendecirá-. Hidalgo alzaba la botella que tenía en la otra mano, como si le ofreciera un brindis.

-Por un momento había olvidado que eres cura-. Negué con la cabeza y rodé mis ojos. -¡Bueno! Esa fue la razón por la que te invite a participar en este movimiento, ¿no? Siendo tú la voz del pueblo, te concedo el honor de proclamar el inicio de nuestra guerra de independencia.

-Me honra mi amigo, a partir de hoy haremos historia. Qué mejor día que un domingo para comenzar una rebelión-. El loco cura estrechó nuestras manos y nos regaló un abrazo -Es un placer haberlos conocido en vida.

Hidalgo salió eufórico con nosotros a su espalda, Juan iba a su izquierda y yo a su derecha. Llenó su pecho con el fresco aire del pueblo. Apenas eran las cinco de la madrugada, los puestos de mercado que se colocaban fuera de la parroquia todos los domingos comenzaban a montarse y la gente se paseaba por las calles algo adormilada. Pegó un grito entusiasmado asustando a los que estaban más cercanos a la iglesia.

-¡Hijos míos! La Virgen y Dios nos bendiga esta mañana tan hermosa-. La gente del pueblo comenzó a acercarse. -A lo largo de los años hemos vivido sometidos por autoridades incompetentes que sólo pisotean nuestro orgullo con sus pies. ¿Acaso no están hartos de la situación?

Las personas del pueblo no podían comprender la razón por la que el cura Hidalgo proclamaba tal discurso pero comenzaban a entusiasmarse con sus palabras y alababan cada frase de libertad que salía de su boca. -¡¿Permitirán que nos sigan sometiendo?!- El tono de su voz se elevaba cada vez más aumentando el furor de la masa de gente que se había acumulado frente a la parroquia. Los humildes campesinos que se habían acercado pasaron a verse como guerreros aztecas, las mujeres se empoderaban estando al lado de sus esposos y los niños parecían pequeños guerrilleros; todos compartían el mismo deseo de libertad.

-¡No!-. La forma en que los pueblerinos se oponían al sentimiento de seguir siendo oprimidos y rechazados por el poder de alguien superior era abrumadora. En sus rostros se pintaba el anhelo de tomar venganza por cada humillación obtenida.

Extasiado, Hidalgo avivó aún más la llama que había encendido en cada alma que se encontraba en la calzada. -Saquen de sus casas escobas y machetes, incluso sartenes o cacerolas, ha llegado nuestro día; el día de rebelarnos. Inviten a sus familiares, vecinos, a toda la colonia, hay que pelear por nuestros derechos-. Comenzó a tocar la campana de la parroquia. -¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Viva Fernando VII!

La voz del cura Hidalgo sonaba como un eco dentro de mi cabeza, me enchinaba la piel y removía mis entrañas; esa madrugada lamenté dejarlo lejos de mí, deseaba tomar su mano con fuerza y no soltarla hasta que todo terminara, lo único que podía hacer era mirarlo de reojo mientras la voz del cura, un poco ronca por el licor, incitaba a los pueblerinos a que se unieran a la conspiración y lucharan por sus ideales.

La rebelión fue todo un éxito, ejércitos de gente desconocida se unían para pelear en contra de los españoles y su mal gobierno. Los primeros meses saboreamos la dulzura de la victoria, pero poco nos duró el gusto.

Si bien Hidalgo había sido de ayuda para iniciar la guerra, ahora era un estorbo. Por su causa hubo saqueos y decesos innecesarios, tropas enteras fueron capturadas por su imprudencia y falta de madurez en el campo de batalla. Juntó a personajes muy importantes para la batalla de independencia, pero cada que metía las manos al fuego, los que terminaban quemados eran otros, y con esos »otros» me refería a nosotros. Gracias a su mala administración y a la traición de otro miembro de la conspiración Juan y yo fuimos capturados luego de un fallido ataque. Luego de ser arrestados, golpeados y humillados nos sentenciaron al fusilamiento.

Estábamos hombro con hombro contra la pared, junto con otros hombres que habían sido retenidos, incluyendo al hermano de Juan.

-Ha sido un placer compartir mi vida y mi muerte contigo-. Lo miré con sensualidad por última vez. Nacimos en el mismo pueblo; Juan y su hermano habíamos crecido como compañeros en todo, prácticamente eran de mi familia y hoy moriríamos en el mismo lugar. -Te amo.

-El placer es mío Ignacio-. Me miró con bondad. -Yo también te a…

Como un recuerdo que se lleva el viento, comenzó nuestra leyenda. Nos elevamos al cielo, dejando en nuestro país la esperanza de un futuro mejor.

~

Allende y Aldama fueron fusilados el 26 de junio de 1811 y sus cabezas decapitadas fueron exhibidas junto con la de Hidalgo y otros héroes de la patria. Su valentía se sigue vitoreando en cada estado de México la noche del 15 de septiembre.

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EXTRA

Para quienes se quedaron con ganas de hard~…

La tarde era lluviosa, mientras escribía algunos informes bajo la luz de la lámpara de alcohol la puerta se abrió repentinamente. Inconsciente de mí levanté la cara y al aclarar la vista le sonreí a la figura que aparecía frente a mi escritorio.

-Traje una carta para que la firme Capitán-. Mirando hacia los lados en el pasillo, Juan cerró la oficina con llave. Si bien eran pocos los momentos que podíamos vernos a solas, tratábamos de aprovecharlos al máximo. A pesar de estar casados con mujeres bellas y engendrar hijos muy buenos, nos era imposible detener el impulso de aferrarnos el uno al otro cuando nos encontrábamos a solas.

Como dos imanes que se atraen nos abrazamos. Quité el gorro de su cabeza para acariciar su azabache y esponjado cabello mientras hacía chocar nuestros labios en un descontrolado y ruidoso beso. La oleada de excitación que me provocaba no se hizo esperar, me pedía a gritos que arrancara de un tirón el sublime y lujoso uniforme que cubría su piel, deseaba mancillar su cuerpo a mi voluntad.

-I…Ignacio-. Cerraba sus ojos disfrutando el húmedo calor de mi lengua en su perfumado cuello. -Sé gentil-. Su voz comenzaba a agitarse.

-¿Acaso no lo soy siempre?-. Lo tiré al sillón que se encontraba frente a la puerta. Extasiado admiraba la indefensa figura que yacía sobre los desordenados cojines; en esa posición me era difícil recordar que él también tenía el puesto de Capitán.

Con sus dedos temblorosos comenzó a desabotonar mi saco en cuanto me puse sobre él. -Siempre eres rudo. Quiero cabalgar a gusto, la última vez fue incómodo-. Sus ojos me miraban con ternura. -Hoy tenemos el tiempo del mundo, es mi día de descanso y a ti te asignaron el papeleo, me puedes tratar mejor que nuestros encuentros casuales.

-Te has vuelto muy sensible, actúas como una quinceañera-. Me dediqué esmeradamente en repartir besos por su cuerpo, a la par que desprendía su ropa.

Juan Aldama era aún más varonil que yo, sus torneados músculo eran un manjar a los ojos y de abajo ni hablemos, Dios bendijo en gran manera a este hombre. Aunque su esposa lo goce en la cama un vez al año, yo me pavoneaba de tenerlo para mi lado varias veces a la semana; el tormento llegaba cuando debíamos distanciarnos por meses.

-Alguna vez me dijiste que adorabas mi comportamiento de doncella casadera-. Preparar su entrada no fue un problema, estaba tan excitado que su cuerpo de relajaba.

-Lo dije-. Sin pensarlo dos veces penetré su cuerpo con mi virilidad.

Con un gemido que parecía rugido de león curvó su espalda. -¡Dijiste que serías gentil!

-Yo no prometí nada-. Tome su cadera y comencé un vigoroso vaivén. -Además, dijiste que tenemos el tiempo del mundo, ¿no?

-Si-. Sus mejillas sonrojadas enmarcaban unos brillantes ojos, era imposible no quedar atrapado en ellos.

-Entonces disfrutalo.

-Pero duele un poco-. Sus brazos rodearon mi cuello y me acercaron a su rostro. -Ve más despacio.

-No puedo, tu voz me provoca-. Le sonreí con lascivia y aceleré el ritmo del vaivén. Adoraba escuchar sus gemidos acompañados de uno que otro quejido gozoso de dolor. Sabía que lo hacía justo como a él le gustaba, una vez me lo dijo en secreto.

-Detente, ya no aguanto-. Su voz se agudizó un poco.

-Aguanta otro poco, no seas llorón-. Con la intención de provocarlo aún más, besé sus labios, tomé su miembro y comencé a masturbarlo al mismo ritmo en que hacía el vaivén en su interior.

De alguna forma se soltó del beso y comenzó a rogar. -¡No! ¡No! ¡Detente! No podré aguantar si haces eso, Ignacio, ¡piedad!-. Sus súplicas eran tan reconfortantes que me incitaban a seguir torturando su extasiado cuerpo por un momento, no pudo esperar más y sin quererlo roció mi abdomen con su cálida y pegajosa esencia.

Regresó a mis labios como un bebé que se amamanta del pecho de su madre. Apretó sus piernas alrededor de mi cadera y me invitó a penetrarlo más profundo. La calurosa temperatura de su cuerpo, acompañada del vapor de las húmedas gotas de sudor que escurrían por su piel me llevaron al paraíso, no pude contenerme más, sin darme cuenta había terminado en su interior.

-Eres malo… Pero así te amo.

-Lo sé, yo también te amo a ti-. Lo rodeé con mis brazos y besé sus mejillas y ojos varias veces antes de decirle con seriedad: -Juan, debo darte una mala noticia.

-¿Mala noticia?

-Debo ir al pueblo de Dolores. El movimiento está próximo a iniciar. Tu debes quedarte y reclutar a más gente-. Besé su frente un par de veces, tratando de consolarlo como si fuera un pequeño de cinco años.

-Allende, por favor, no emprendas ese viaje, no vayas-. Juan se aferraba a mi con fuerza arrugando el saco que me cubría, me miraba como un pequeño que le ruega a su padre por una golosina que sabe que no obtendrá.

Lo aprisioné en un abrazo más íntimo, llenando mis pulmones con el aroma a tabaco que desprendía de su cuerpo. -¡Vaya! Solo me llamas por mi apellido cuando te pones serio. Sabes que debo hacerlo, nos quedan pocas semanas para comenzar la rebelión, debo ir.

-No vayas. Tengo un mal presentimiento sobre esto.

-Tranquilo, si algo sucede enviaré por ti, te lo prometo. Voy a estar bien-. Acaricie de nuevo su cabello y besé su frente. -Y si tu te enteras de cualquier cosa que esté mal, estoy seguro de que volarás con tu caballo hasta mi para darme las malas noticias-. Lo acomode en mi pecho y me quedé profundamente dormido a su lado.

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