Escrito por Carito (Ecuador). Ganador PRIMER LUGAR en el concurso de Fanfics de «Latinalia 2019».
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Abdón Calderón Garaycoa héroe de la guerra de independencia del Ecuador, nació en Cuenca, Ecuador el 30 de julio de 1804, y murió el 7 de junio de 1822
Todo ecuatoriano en algún momento escuchó acerca del “héroe niño”, quien a sus escasos 17 años ya era todo un veterano de guerra. La leyenda inédita del joven soldado que se negó a retirarse de la batalla a pesar de ser fusilado por cuatro cañones y que mantuvo en todo momento la bandera patria, se volvió un símbolo de admiración para todos los ciudadanos. No hay que decir que todo fue una exageración ocasionada por los escritos del profesor Manuel J. Calle quien, en pro de homenajear al joven, destacó su heroísmo ayudándose de metáforas e hipérboles. A pesar de ello, su leyenda será recordada como símbolo de valentía para muchos y exótica tentación para otros que tuvieron el placer, o la maldición, de conocer el edén entre sus brazos.
Habiendo perdido a su padre cuando tenía 5 y a su madre un par de años después, el pequeño Abdón Calderón tuvo que ser criado por Vicente Rocafuerte, noble catedrático que inculcó en él, amor hacia la libertad y lo instruyó en el arte de la guerra, sin pensar que también sembró en el joven un dulce y lascivo sentimiento que le daría un nombre entre las tropas.
No tendría más de 14 años la primera vez que su cuerpo se estremeció al compartir caricias con uno de sus compañeros de estudio. El jardín trasero de la iglesia fue el lugar donde sus exploraciones comenzaron: todo comenzó con leves toques sobre la ropa para descubrir si era cierto que se sentía bien si tocaban sus partes de hombre. La excitación que recorría sus jóvenes cuerpos aumentaba al pensar en la misa que se desarrollaba al otro lado de la pared, donde unos arbustos sirvieron de cortina para llevar a cabo sus lascivas acciones.
El joven Abdón acariciaba casi con devoción la dura masculinidad de su compañero. Sabía que si alguien se enteraba de lo que hacían, habría consecuencias. Sin embargo, no podía evitar sentirse bien al hacerlo.
– Esperaaa… lo haces muy… fu… erte, aahh -la queja de su compañero fue callada por sus labios. Logró empujarlo lo suficiente para acorralarlo contra la pared. Unió ambos sexos y los acarició juntos. Su compañero parecía perdido en el éxtasis y Abdón decidió que esa expresión sería su favorita a partir de ahor – Estoy cerca… aahhh, hazlo más rápido, mm –el blanco líquido manchó sus manos y la verdad no le importó en lo absoluto
– Vete –dijo apenas su amigo llegó al éxtasis.
– ¿Qué? Habla bien. ¿Cómo es eso de que tú quieres que me vaya? –Abdón no pudo evitar hacer una mueca ante el obvio acento costeño. No tenía nada contra él, pero mataba el momento y no era nada sensual. Sin contar que él seguía erecto.
– Pfff, solo lárgate –Ofendido, su compañero se alejó acomodando sus pantalones. Abdón aún tenía los suyos levemente bajados, y apenas confirmó que estaba solo, se puso de rodillas bajándolos aún más. El semen aún estaba caliente y, sintiéndose aún excitado, dirigió una de sus manos hacia su pequeño y apretado agujero. El primer dedo resbaló con facilidad gracias a la lubricación y dio paso a que otro se uniera, abriéndolo y presionando aquel lugar en su interior que hacía temblar su cuerpo. Pero no se sentía suficiente, necesitaba algo más, que llegara más profundo y lo llenara más que sus dedos – aaahhh…mmmmhhhmm, aah, aaaahh…mmmm -su otra mano acarició toda su hombría. Imaginó unas manos fuertes sosteniéndolo y un cuerpo firme sometiéndolo. Sin poder contenerse más, se liberó abundantemente. La realidad era que ninguno de sus compañeros de colegio podría darle el placer que buscaba, e insinuársele a alguno de los hombres mayores que le atraían, incluido su protector, le causaría demasiados problemas. Arregló sus ropas lo mejor que pudo antes de regresar a su hogar. Lo bueno de vivir en una ciudad tan calurosa, era que nadie preguntaría por qué estaba tan rojo o sudado.
De camino, la cruda verdad de pobreza y crueldad en que vivía la ciudad lo hizo pensar en su futuro. Su protector siempre hablaba tan apasionadamente de una patria libre e independiente del yugo español; definitivamente era un futuro donde querría vivir. Aquellas apasionadas palabras en principio calentaron su corazón, pero con la llegada de la adolescencia empezaron también a calentar su cuerpo. Sabía de hombres que se acostaban con otros hombres y las terribles consecuencias que esto traía ante la sociedad. No quería condenar a su noble maestro a las habladurías, por lo que se conformaría con invocar su rostro en los furtivos encuentros con sus compañeros. Al menos la ilusión de un futuro a su lado no se la quitaría nadie.
1820- Batalla de Huachi
Sus 16 primaveras trajeron consigo su primera batalla, así como su primera gran derrota. Apenas se había unido a las filas cuando el plan fue socializado a las tropas. El terreno de batalla fue el factor primordial en su oscura derrota. Regresó a Guayaquil terriblemente abatido sólo para enterarse de la inminente boda entre su hermana y Vicente Rocafuerte, su protector. Apenas le dieron el permiso correspondiente, ignoró a todos sus amantes de la tropa que lo buscaban para liberar en él todas sus frustraciones. En otra situación hubiera cedido, ya que también necesitaba olvidar las amargas pérdidas, pero en su mente solo podía pensar en su adorado protector en manos de una mujer; en manos de su hermana.
Entró como un huracán en el estudio de su maestro, cerró la puerta con llave para evitar la huida del hombre. Este apenas se movió de su lugar solo para mirarlo fijamente.
– Imagino, que ya te enteraste.
Abdón no dijo nada. Solo se acercó al escritorio apoyando sus manos en él y mirando fijamente a quien fue su guía durante años, esperando una explicación que ni siquiera debía pedir. Pero podría hacer pasar su ira como la de un hermano celoso.
– Antes de nada déjame decirte que todo ha sido un gran error. Tu hermana es apenas una niña y no me atrevería a hacer nada que atente contra ella.
– Entonces, ¿por qué todos hablan de una boda y mencionan a mi hermana como la novia? –demandó saber. Era ridículo celar a su hermanita. Era una niña. Pero no sería la primera vez que alguien se compromete con una para dejarla “apartada” en el futuro y, a pesar de que no fuera la más bella, poseía unos rasgos lo suficientemente bonitos para atraer algunas miradas que estarían pendientes de su crecimiento. Lo sabía por experiencia. Sus delicados rasgos lo ayudaron a conseguir muchos de sus revolcones con hombres al parecer rectos, pero lo suficientemente desesperados para no importarles que hubiera algo entre sus piernas para poseerlo. Un agujero era un agujero después de todo.
– Mira, Abdón, no tengo ningún mal pensamiento sobre ella. Estaba reunido con algunos colegas y entre aguardiente se mencionó lo bonita que sería en el futuro, al igual que tú, que a pesar de ser un hombre todavía tienes la gracia de un niño y eso te hace bonito.
Dejó de escuchar. Su maestro lo consideraba bonito y había confirmado que no desposaría a su hermana. Es probable que en ese momento no estuviera pensando del todo bien. Acababa de sufrir una gran derrota y al llegar a su hogar se encontraba con todo ese revuelo. Definitivamente su mente estaba a punto de colapsar
– Abdón… Supe lo que ocurrió en batalla. Debes sentirte terrible. Si hay algo que yo pudiera hacer… para que te sintieras mejor –aquellas fueron las palaras mágicas que terminaron con la poca prudencia que aún poseía.
– Le tomaré la palabra –su tono se había vuelto más suave y dulce. Era aquel que usaba con sus amantes. Sin darle tiempo a su maestro, se quitó la chaqueta y la tiró a algún lado antes de sentarse en el regazo del hombre.
– Pero qu… mhhmm –sus palabras fueron calladas por los labios del adolescente. A pesar de su juventud, poseía la experiencia de una mujer de la vida alegre y sabía perfectamente dónde tocar para que un hombre cayera rendido. Movió lascivamente sus caderas– Es…pera, ¡¡detente!! –un leve gemido en su oído fue lo único que escuchó como respuesta. Al ver su cara solo pudo compararla con la de una cortesana suplicado ser tomada, pero era un chico el que se movía en su regazo. Sabía de hombres que se acostaban con otros hombres, pero él no era uno de ellos y no tenía idea de que su protegido lo fuera. Solo pudo reaccionar cuando sintió su hombría fuera de sus pantalones y unas suaves manos acariciándolo. Sin medir su fuerza empujó al joven de su regazo y se levantó violentamente. Apenas lo hizo, se arrepintió al notar el destrozado semblante de su alumno quien, sin decir nada, recogió su chaqueta y salió tal como había entrado.
– Estúpido, estúpido, estúpido –Abdón se recriminaba todo su actuar mientras caminaba de regreso a su pabellón. Sin darse cuenta ya había oscurecido, por lo que apenas y se fijó en lo que lo rodeaba, provocando que chocara abruptamente contra alguien.
– Disculpe… -sus palabras murieron en su boca al notar con quien había chocado. El porte y el semblante del hombre lo dejaron totalmente fascinado. Tenía la apariencia digna de un líder revolucionario– Señor, ejem, digo, mi general, lamento mucho…
– Tú debes ser Abdón Calderón, he oído ciertas cosas de ti…
20 de mayo de 1822
– Aahh, mmhh…aahhh aah ah mi, general, aahh, tan profundo– Abdón Calderón yacía totalmente inmovilizado en la cama por un firme y fuerte cuerpo masculino que empujaba fuertemente en su interior, generándole cierto dolor, pero un exquisito sentimiento de plenitud y placer. ¿Quién diría que el general Simón Bolívar escaparía de sus labores solo para deleitarse con el cuerpo de un joven soldado?
– ¿Te gusta esto? El ser convertido en una mujer, mmm, mi mujer –susurró mientras arremetía duramente contra ese lascivo cuerpo.
Abdón se abrazó aún más al hombre sobre él y enterró sus uñas profundamente en su piel. Cualquiera que fuera su próxima compañera o compañero de cama, sabría que el hombre estuvo con alguien antes que ellos. No es que a él le molestara, pues sabía que también era solo uno más de sus amantes –Ahhh, me gusta, me gustaaahhh mmm, hazme tu mujer, ¡¡¡conviérteme en una!!! ¡¡¡aahhh, lléname y vuélveme tu mujer!!! ¡¡Aaaahhh!! –La sensación de ser llenado lo hizo acabar abundantemente, manchando a su amante y a sí mismo. Un par de arremetidas más lo hicieron gemir antes de que el general decidiera levantarse. Ahora él se iría como siempre. Ni siquiera podían caminar juntos como superior y subordinado, porque se supone que ellos no se conocían– Supongo que ahora te irás –Desde que lo conoció, sus encuentros con quien fue su protector y maestro se volvieron nulos. No mencionaron lo que pasó aquella vez y pronto quedó en el olvido. Conocer al general Simón Bolívar le había abierto una nueva puerta a enamorarse; misma que fue cerrada al descubrir la inconcebible cantidad de amantes que éste tenía en cada ciudad o tropa que visitaba. Él solo era uno más que aspiraba a ser especial. Bueno, lo había hecho abandonar una reunión importante, eso debía significar algo.
– Debería hacerlo –El general se puso su ropa interior, pero no hizo amago de marcharse. Si bien tenía muchos amantes, era bastante discreto con ello, por lo que quedarse con ellos más tiempo del necesario sería peligroso. Mucho más si su amante de turno era un joven soldado. Sin embargo, este chico era especial en más de un sentido– Pero no nos veremos en varias semanas. Tú partes a una misión en cuatro días y yo tengo cosas que hacer junto a mi batallón –la verdad era que solo quería quedarse con ese dulce jovencito un rato más. No dudaba que el chico también tuviera otros amantes, pero cuando volviera de su misión, le propondría el ser exclusivos. Había logrado que renunciara a su enamoramiento por Vicente Rocafuerte, no sería difícil que renunciara a un par de chicos anónimos que calentaban su cama cuando él no estaba.
– ¿Te quedarás esta noche? –la ilusión en los ojos del menor logró perturbar su corazón. Apenas asintió antes de volver a la cama para acurrucarse a lado del chico, con la excusa de la estrechez del lecho. En la cabeza de ambos hombres había una serie de maquinaciones planeándose: desde una petición a algo más serio por uno de los lados, hasta una confesión de parte del otro. A pesar de todos sus pensamientos, se mantuvieron callados. Tenían cosas que resolver: una guerra que ganar, un pueblo al cual liberar antes de ponerse a pensar en sí mismos. Pero después de haber sobrevivido a ya varias batallas, estaban seguros de que al finalizar todo, habría esperanza de hablar.
Cuatro días después se produjo la histórica batalla del Pichincha donde decenas de soldados murieron y muchos otros terminaron heridos. Abdón Calderón fue uno de estos últimos, ya que a pesar de haber recibido cuatro impactos de bala, se negó a retirarse del frente. Apenas la batalla finalizó, fue trasladado a Quito, donde se buscó por todos los medios mantener vivo al joven héroe, mas ningún esfuerzo sirvió, porque catorce días después, la muerte decidió que era hora de llevárselo al descanso eterno.
Vicente Rocafuerte fue de los primeros familiares en enterarse. En su pecho ardió el dolor de perder a quien consideró por tanto tiempo un hijo. Aunque en los últimos años ese título lo usaba para engañarse a sí mismo. No es necesario decir cuánto sufrió la hermana del fallecido soldado. Años después, Vicente Rocafuerte, justo el día de su boda con la hermana de Abdón, recordaría el día que su alumno quiso tentarlo a poseerlo y trataría de convencerse de que se casaba con la hermana del difunto porque la amaba, no porque tuviera cierto parecido con el, ahora llamado, “héroe niño”.
Por otro lado, nadie nunca supo por qué el general Simón Bolívar, junto a varios hombres del batallón, rindieron tantos honores al joven muerto, cuando muchos otros jóvenes, quizá no iguales, pero sí parecidos a Abdón, también habían muerto trágicamente aquel día y días posteriores a la batalla. La historia oficial dictaminaría que se debía al heroísmo y larga carrera militar del joven lo que le atribuyó tales honores. Sin embargo, la historia oficial no contó el número de soldados, compañeros del difunto, que lloraron y se emborracharon en honor a su recuerdo y tampoco contó cómo el general Simón Bolívar se lamentó en la soledad de su despacho.
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