Escrito por Pao Nuñez (Chile). Ganador SEGUNDO LUGAR en el concurso de Fanfics de «Latinalia 2019».
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En los anales de la historia quedaron plasmados los testimonios y detalles escabrosos de la sangrienta batalla de “La Concepción”. De cómo, por más de 17 horas, la sexta línea de la cuarta compañía del ejercito de Chacabuco, enfrentó con honor y gallardía su fatal desenlace, provocando así, el nacimiento de próceres de renombre, como Ignacio Carrera Pinto, Julio Montt Salamanca y el inolvidable Subteniente Luis Cruz Martínez que, con solo 17 años, tomó el mando de los últimos retazos que quedaron de la compañía, luchando hasta que ya no quedaron vestigios de vida en sus cuerpos, pero manteniendo el honor intacto. Jóvenes masacrados por el contrario, quienes indolentes y ajenos a toda empatía, se llevaron sus cuerpos, o las partes de ellos, manteniéndolos cautivos aún después de la muerte. Es por ello que, horas después, otra tropa perteneciente al mismo ejército y comandada por Estanislao del Campo, al ver el lúgubre paraje y al no encontrar los restos de sus compañeros, mandó a sus soldados a atacar al ejército peruano y traer de regreso los corazones de los cuatro oficiales perecidos en la batalla.
Esa es la historia oficial… Pero nadie sabe la historia de amor que se desarrolló entre tan salvaje batalla: una historia de la cual dos, de los tantos héroes anónimos, fueron protagonistas y de la que no se tiene registro, en donde se ignora que, en vez de cuatro corazones, fueron cinco los que volvieron a Chile; uno, claro está, bajo el desconocimiento de todo el batallón
Chile 1882
– Agüero, ordene a su batallón -Esa fue la orden que el comandante pregonó y, antes de que el Alférez siquiera diera la orden, ya se encontraban un montón de “pelados” haciendo fila, esperando las órdenes del comandante.
– ¡Jóvenes! -Entonó el comandante- Deben tomar este entrenamiento con la máxima seriedad, ya que somos la campaña terrestre y de nosotros… ¡Pero por la mierda! ¡¿Me pueden decir quién es este pelotudo?! -espetó el comandante dejando de lado cualquier rastro de solemnidad. Ahí fue cuando un grupo de alrededor de 150 jóvenes voltearon a ver cómo un chiquillo, que parecía no tener más de 18 años, corría como desaforado tratando de llegar hasta el batallón.
– ¡Cadete Gacitúa a sus órdenes! -exclamó el chiquillo mientras se cuadraba frente a su superior, provocando la ira del aludido y la risa de uno que otro conscripto.
Pero hubo uno que se mantuvo completamente impasible, por lo menos en apariencia… Lobos era el apellido de aquel pelinegro, quien al ver a ese chiquillo desaliñado frente a él, sintió cómo la sangre bombeaba con más rapidez y su mente quedaba en blanco. No era una sensación del todo desagradable. Es más, si le dijeran que para poder ver esos profundos ojos azules nuevamente tenía que aguantar esa extraña sensación, lo haría sin pensarlo.
– Dicen que su mamá es una artista extranjera -murmuró uno de sus compañeros, ante la apariencia del cadete recién llegado, interrumpiendo sus pensamientos.
– Yo escuché que es el hijo bastardo de uno de los tenientes -musitó el otro. Pero Lobos, él simplemente no podía apartar los ojos de esa blanquecina piel pecosa y de ese cabello dorado que, a pesar de estar completamente rapado, brillaba casi tan intenso como el sol.
Era de conocimiento público que debido a la apariencia de este chico y ante la escasez de mujeres, fue siempre blanco de comentarios y algunas insinuaciones de aquellos que trataron de liberar su frustración sexual con él. Es por eso que Lobos sintió la imperante necesidad de protegerlo y mantenerlo alejado de los problemas, pero hay que convenir que la personalidad de Gacitúa tampoco le ayudaba mucho.
– ¡Yo creo que a ese tonto de verdad le gusto! -exclamó el chico una tarde que se encontraban sentados en la enfermería- No entiendo por qué me molesta tanto. ¡Si hasta me pegó!
Lobos soltó un suspiro, antes de tomar un algodón con antiséptico y aplicarlo sobre el labio partido del otro.
– Estoy seguro de que tú también le habrás dicho algo -espetó el aludido recordando la boca floja de su compañero.
– ¡¿Me vas a echar la culpa a mi?! -exclamó con incredulidad Gacitúa- Tú hubieras reaccionado igual… Estaba saliendo del baño -comenzó a hablar ante la mirada escéptica del otro- Y Maldonado me dijo que como íbamos a ir a la batalla y como me iban a matar, porque dice que yo no sirvo para nada, me iba a hacer el favor ¡El favor! -habló con énfasis- de follarme para que no me muriera virgen. ¡¿Puedes creerlo?! -habló agrandando en demasía sus ojos.
– ¿Y por eso te pegó? -inquirió Lobos dando los últimos toquecitos a su labio, aguantando la impotencia que sentía ante la actitud de algunos de sus compañeros.
– No -contestó desviando la mirada- Digamos que yo le pregunte que cómo iba a hacer eso y me dijo que me lo iba a meter… ya sabes -murmuró Gacitúa completamente colorado y haciendo ademanes con las manos.
– ¿Cómo? -le incitó Lobos regodeándose ante la vergüenza que sentía el chico al hablar de esos temas.
– T-Tú sabes.
– Mm… No lo creo -le arrinconó sonriente el moreno.
– ¡Por el culo¡ ¡Por dónde más! -Soltó Gacitúa hartándose de la cara sonriente del otro- Y después de eso yo le dije que era raro que supiera tanto, que si acaso lo sabía por experiencia propia o que tal vez era porque había visto a su hermana mientras le daban por atrás… Y bueno, me pegó -habló encogiéndose de hombros- ¡Pero no sin antes darle sus puñetazos también! ¡Y bien merecidos que se los tenía! -aclaró mientras hacia una combinación con sus puños.
– Ay, pecoso. tú sí que eres todo un caso. Apenas te puedes el rifle y te metes con tipos que te doblan el peso -suspiró Lobos mientras terminaba de guardar los implementos de la enfermería.
– Pero, ¿crees que sea cierto? -preguntó el rubio en un tono de voz extrañamente triste.
– ¿Que su hermana sea puta? -preguntó el aludido, tratando de animar al chico.
– ¡No, idiota! -dijo soltando una risita- Que me voy a morir en la batalla -musitó volviendo a su voz apagada-. Aunque no le tengo miedo a la muerte. Al final, lo único que hay que hacer para morirse es estar vivo -dijo restándole importancia al asunto- Pero, hablando en serio… No me gustaría morirme sin antes haberle dado un beso a alguien -confesó avergonzado viendo a través de sus pestañas la reacción del otro.
– ¡¿Nunca le has dado un beso a nadie?! -habló Lobos sorprendido.
– ¡¿Acaso tú sí?! ¡Y en la mejilla no cuenta! -Le advirtió Gacitúa.
– No… Yo tampoco -admitió el otro avergonzado.
– Entonces… ¿Me darías un beso? Digo, como para que no nos quedemos con la duda -argumentó el pelirrubio sonriendo ladinamente.
Lobos no pudo evitar soltar una carcajada ante lo descaradamente tierno que se le hacía aquel chiquillo. Y así entre risitas nerviosas y con sus corazones bombeando sangre con locura, posaron sus labios sobre los del otro, en un toque suave, tierno, como si una mariposa les aleteara sobre la boca, dando el inicio de un fugaz pero intenso romance.
– No deberíamos hacer esto -susurró otro día Lobos mientras alejaba al otro para tomar una respiración entre ese incipiente beso, y le tomó bastante autocontrol el no abalanzarse nuevamente sobre esos rojizos e hinchados labios.
– ¿No te gusta? -preguntó desilusionado el aludido.
– Por supuesto que no es eso -espetó el chico mientras le tomaba el rostro entre sus manos- Es solo que… Deberíamos estar más concentrados en la campaña.
– Yo estoy súper concentrado -contradijo Gacitúa mientras le besaba la punta de la nariz- Además, son los últimos momentos que nos quedan juntos antes de separarnos -habló con tristeza.
– No hables de esa forma -le retó Lobos dándole un beso corto en la boca -Saldremos bien de esta, ¿de acuerdo? -preguntó buscando la mirada del otro.
– Está bien, pero solo por si acaso… Prométeme que nos volveremos a ver. No… Mejor -se corrigió- Prométeme que no importa cómo, siempre estaremos juntos.
– Te lo prometo -afirmó el pelinegro aprisionando entre sus brazos a su compañero- Te lo prometo -reiteró- Es más…Cuando todo esto se termine, te llevaré para que conozcas a mi mamita -Dijo tratando de cambiar el semblante de la conversación- Ella te va a querer mucho -Le aseguró sonriente- Y después de eso podemos ir a caminar por la orilla de la playa, por allá por las torpederas.
– ¿El mar? -inquirió ilusionado el muchacho, olvidándose de toda tristeza -Nunca he visto el mar- dijo Gacitúa.
– Pues yo te llevaré -le aseguró Lobos.
– ¡Debe ser rete bonito! …Dime cómo es -le pidió alegre el rubio.
– Es inmenso -comenzó a relatar Lobos- Uno puede ver donde empieza, pero no dónde termina. Las olas van y vienen, a veces más fuerte, otras veces más calmado y tiene un color azul tan bonito… Así como tus ojos, pecoso -le dijo con cariño mientras acariciaba su mejilla.
– Se me hace que me estás cuenteando -Le miró con desconfianza Gacitúa.
– Tal vez -le concedió Lobos- Porque yo creo que tus ojos son más bonitos -afirmó dejando repetidos besos en cada una de sus pecas.
Todas aquellas promesas y recuerdos rondaban por su cabeza mientras llegaba a aquel escenario tan desolador. Por cosas del destino, quedaron en batallones separados. Gacitúa había entrado a la ciudad antes en el batallón de la sexta línea y Lobos permaneció en las afueras, con la guardia exterior, esperando las órdenes para ingresar y acudir a su rescate… Pero habían llegado demasiado tarde.
– ¡Recuperen sus corazones! -vociferó del Canto- ¡Por el honor de estos hombres! ¡Llevemos sus corazones de vuelta a nuestra patria!
Ante la orden, acudieron presurosos a buscar cualquier vestigio de sus superiores, mientras cegados por la rabia combatían a bayoneta y rifle sometiendo a las mismas atrocidades a sus oponentes. Fue entre ese clamor que Lobos a lo lejos pudo divisar el pequeño cuerpo de su amado, rodeado de carmesí y con esos ojitos azules que antes le miraban alegres, cerrados.
– Mi pecoso -murmuró mientras lo sostenía en sus brazos- Te lo prometo…De ahora en adelante nunca nos separaremos -habló meciendo entre sus brazos el cuerpo de su amante antes de depositar un último beso en sus labios. Sacó el puñal que tenía atado al cinto y, mientras tarareaba una nana, como temiendo que el pelirrubio fuera a despertar, abrió su pecho y extrajo el corazón inerte de su amante- De ahora en adelante siempre juntos… Siempre.
Algunos dicen que lo vieron salir cabalgando raudo del lugar y que después de ello nunca más lo volvieron a ver.
– Probablemente lo mataron en el camino -se lamentaban algunos. Otros señalan que escapó, pero que a causa de todo lo que vio, se volvió loco y en su casa, su madre lo cuidó diligentemente hasta que la pena consumió lo que le quedaba de vida. Pero la verdad es que, ensangrentado y mal herido como estaba, con el corazón de su amado aferrado a su pecho, cabalgó por días hasta pisar suelo chileno. Se detuvo en la playa más cercana y allí, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, se adentró hacia el mar para nunca más volver a salir.
El rumor sobre el quinto corazón rescatado durante la batalla de la Concepción, quedó en eso, un rumor, un mito del que no se sabe qué es verdad y qué es mentira. Pero aún así, los pocos que tienen la certeza de ello y que fueron testigos del profundo amor que se tuvieron los jóvenes mártires, siguen enterneciéndose ante tal descabellado y sincero gesto de amor, e incluso se dice que al pararse frente al mar y al ponerle atención a la brisa que corre, se puede oír la risa de dos jóvenes, mientras uno le llama entre palabras de amor y el otro le dice:
«¿Viste pecoso? ¡Te lo dije! …Te dije que el azul de tus ojos es mucho más bonito que el del mar».
Fin
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