Escrito por: Fran García (Chile)
Francisco de García.
30 de noviembre de 1557: El capitán Avedaño y sus tropas resultaron victoriosos luego de casi 12 horas de batalla. El botín principal esta vez fue la llegada de un hombre de tez morena con una larga cabellera negra. Se dice que fue capaz de matar con sus propias manos a decenas de hombres durante la batalla y que para detenerlo tuvieron que noquearlo y tomarlo entre 4 personas para encadenarlo. Ahora permanece enjaulado cerca de la choza del jefe de subdivisiones, a la vista de 2 guardias que no le quitan la mirada de encima ni por un segundo. Su cuerpo parece no ceder ante las cadenas que atraviesan su piel, mientras permanece impávido a la fría noche que se avecina. Nuestras miradas se cruzaron alrededor de unos segundos y sentí como cada hebra de mi columna se paralizaba. Ni siquiera al escuchar los relatos de nuestros compañeros caídos experimente tal frenesí.
Son las 3 am del 1 de diciembre y aun no puedo quitar de mi cabeza aquella oscura mirada.
1 de diciembre de 1557: Se desprende un aura festiva en todo el campamento, los más jóvenes no dejan de entonar las melodías de nuestra tierra natal mientras que el resto se mantiene en silencio disfrutando de un dulce vino añejado. Nadie parece recordar al prisionero que yace frente a ellos, tampoco sus escoltas, que ríen a carcajadas atragantándose con alcohol. Aprovecho la confusión para acercarme sigilosamente a la jaula.
-¿Qué haces García?
-Nada en especial, solo… pensé que sería un buen momento para escribir sobre quien es el hombre que ha capturado nuestro capitán.
-¿A quién demonios piensas que le interesaría escuchar sobre un indio de mierda?
-Si… tienes razón. Es solo que, solo, creo sería de relevancia para nuestra corona saber sobre las fuerzas que enfrentan en el campo de batalla. Tengo entendido que este hombre era uno de los más temidos por nuestro ejer…
-10 minutos. Y la próxima vez que te escuche hablar de nuestros hombres de esa forma te moleré a palos.
-Yo, en verdad lo siento. Creo que solo fue un mal entendido.
Era la primera vez que observaba
una tez tan morena. El sudor parecía
incrementar el pigmento de su piel
dejando un tenue
brillo a su paso. Su rostro estaba
cubierto por una frondosa
cabellera tan oscura como su piel. Olía a sangre y tierra. Sus ojos no mostraban ni el más mínimo indicio
de fragilidad, por el contrario,
parecían estar
hinchados de orgullo. Bajo su torso solo vestía un andrajoso paño que dejaba entrever un gran miembro masculino. Tras un largo silencio dirigió su mirada hacia mí. La intensidad de sus ojos hizo que un nudo se trabara en mi garganta; jamás había estado tan sediento. Sus labios, tan gruesos como toscos, parecían clamar por algo de beber. Tembloroso, acerqué mi cantimplora a su rostro: “tus labios parecen agrietados”, dije con voz entrecortada. Mi corazón comenzó asfixiarse hasta el punto de llenar mi rostro de color. Pareció notarlo y sonrió, abrió su boca y bebió como si fuera el mejor sorbo que había probado en toda su vida. “Mañumeyu”, respondió. Su torso, ahora húmedo por el agua derramada a través de la cantimplora dejo expuesta una gran areola de color marrón. Una súbita necesidad de morder mis labios me invadió, pero en vez de eso los masajeé suavemente con mi lengua. Cuando mi saliva hizo eco al pasar por mi garganta, sus ojos se tornaron más oscuros de lo que eran. “Probablemente nunca antes había visto de cerca unos ojos verdes como los míos”, este pensamiento inundo mi mente y me hizo sentir extrañamente feliz. Por favor,
¿podrías contarme sobre ti?
2 de diciembre de 1557: Resulto ser que el hombre que yacía enjaulado en nuestro campamento fue escogido como el más fuerte de su tribu: el toki. Su misión sería liderar la guerra contra nuestro ejército y librar a su pueblo de la esclavitud. Aquella palabra llamo fuertemente mi atención. En todos mis viajes de expedición, jamás considere la expansión de nuestro territorio como una forma de esclavitud. Algunas de las tribus que he conocido cometía crímenes tan graves como el sacrificio de personas o el canibalismo. No pensé que tal falta de moralidad tuviera siquiera un ápice de comunidad. Pero al parecer, su pueblo cuenta con una identidad tan fuerte como para enfrentarse desarmados a un enemigo que los supera en número y en estrategia. Sus ojos brillaban al son de palabras que no comprendía, pero sonaban como el baile de los arboles al mezclarse con el viento. El lápiz en mi mano dejo de moverse: “su voz es todo lo que necesito”, pensé.
3 de diciembre de 1557: Jugué toda la suerte que la providencia me brindó a cambio de pasar tiempo a solas con él cada día. Siempre comenzaba hablando sobre la importancia de la naturaleza para su pueblo. La tierra, el sol, la lluvia, se lo debían todo a ellos, su fuerza radicaba en cada uno de estos elementos. Su narración resultaba tan hermosa como las araucarias que nos rodeaban. A veces, acomodaba sus cadenas para evitar que su piel se agrietara aún más de lo que estaba. Cuando lo hacía, podía sentir sus ásperas y grandes manos rozar mis finos y delgados dedos, el contraste de nuestras fuerzas siempre era motivo de burla: “morirías al primer día de trabajo en nuestra aldea”, a lo cual respondía: “de seguro alguna bella señorita me tomaría por esposo”. “Probablemente lo haría”, replicaba. Mi corazón no tardaba en delatarme llenando mi rostro de colores, en momentos así apartaba mi vista fuera de su rostro mientras el permanecía con su mirada fija en mí.
-No deberías mirar a las personas de esa forma.
-La mirada es el reflejo del alma, no deberías apartar tu mirada cuando hablas con alguien.
-… Tienes razón. Mi mirada podría delatarme si te miro fijamente.
4 de diciembre de 1557: El campamento parece más ocupado que nunca, al parecer hoy se dictara el castigo para el prisionero forajido.
Mi corazón se siente intranquilo.
6 de diciembre de 1557: Una fiebre incontrolable tomo mi cuerpo al menos por una noche completa. Se ha negado cualquier contacto con el prisionero hasta el día de la ejecución, el veredicto final: muerte por empalamiento.
7 de diciembre de 1557: Diversos señores han venido para presenciar la ejecución, se ha preparado una pequeña tarima al centro del campamento y un banquete para los altos comandos luego la sentencia. Han pasado 4 días desde la última vez que nos vimos, comienzo a creer que también será la última vez que nos veremos.
Si realmente existe un dios misericordioso, espero que escuche mis plegarias.
10 de diciembre de 1557: Hemos recorrido 6 kilómetros en las últimas horas, al parecer perdieron nuestro rastro desde hace mucho. Es la primera vez que descansamos luego de 1 día y una noche escapando sin parar. Me pregunto que pasara por su mente, se rehusó rotundamente a seguirme una vez que logre liberarlo de las pesadas cadenas que mantenían su cuerpo inmovilizado. Por un momento creí que moriría, que ambos lo haríamos: “Por favor. Te lo ruego”, dije entre sollozos. Fue la primera vez que mire sus ojos sin titubear. Sus manos tocaron suavemente mis mejillas mientras limpiaba las lágrimas que escurrían por mi rostro: “Que los dioses nos acompañen”, respondió.
-Deberías dormir, conozco esta tierra mejor que nadie. Jamás nos encontraran en medio de la noche.
-Entonces te hare compañía.
-Ven aquí.
Observe un río cerca de la pendiente, podría limpiar tus heridas en él.
-Tu cuerpo luce cansado, toma un baño antes de dormir.
-Podemos hacerlo juntos.
11 de diciembre de 1557: Experimente el toque de un hombre por primera vez en mi vida. Nunca antes me sentí tan excitado como cuando vi su cuerpo desnudo frente al mío. Su pene sobrepasaba en demasía el tamaño del mío, pero no pareció importarle. Luego de enlazarse a mi cintura, me beso salvajemente hasta que un estruendo escapo por mi boca. Su entrepierna se volvía cada vez más dura a medida que no podía contener mis gemidos. Mis tetillas palpitaban fuertemente dentro de su boca, sin poder resistirlo más, eyacule cerca de su estómago. Sonrío al ver lo sucedido y limpio el viscoso liquido con sus dedos, luego lo llevo a su boca y lo lamio. Una sensación desconocida invadió mi cuerpo en aquel momento, quería hacerme uno con él. No solo en aquel instante, sino que para siempre. En un arrebate sumergí mi boca en su miembro. Era algo amargo pero el éxtasis del momento me hizo anhelarlo como el más preciado néctar. Se corrió en mi boca mientras sostenía fuertemente mi cabellera. Aún estaba erecto cuando saboreaba mis labios ahora blanquecinos. Me levanto sin ningún esfuerzo llevándome a la orilla del río. Nuestros cuerpos húmedos se frotaban el uno al otro anhelando un placer interminable. Me voltee sin dejar de mirar su rostro en ningún momento y acepte su cuerpo como si fuera parte del mío. El dolor me impedía respirar con facilidad, pero sentirlo dentro de mí lo hacía más llevadero. Cuando mi estómago comenzó a sentirse afiebrado, el placer resulto interminable: “¡No te detengas!, ¡Más fuerte!, ¡Más profundo!”, fueron solo algunas de las frases vergonzosas que mis labios pedían a gritos sin parar. No cre
20 de diciembre: La última vez que vi a Caupolicán fue el día de su muerte. No aparte la mirada de sus ojos en ningún momento. Fue la primera vez que evadió mi mirada, de seguro pensando en cuanto me dolería ver su bella tez morena teñirse de rojo carmesí.
Tras un largo interrogatorio me dejaron en libertad. De no ser por el fuerte golpe que recibí en la cabeza minutos antes de ser descubiertos, probablemente me esperaría el mismo destino que el del hombre que amé. Una parte de mí siempre te odiará por haberme librado de una muerte a tu lado. La otra, esperará profundamente dormida hasta encontrarnos nuevamente frente a la luna que fue testigo de nuestro amor.
EPILOGO
-Ñaña, ¿Qué augura el viento sobre nuestra batalla?
-Mph… Veo una intensa luz de color verde que lucha desesperadamente por abrirse paso entre una profunda oscuridad. Probablemente será el portavoz de una historia inconclusa pero que dará lugar a un nuevo despertar.
-¿Qué forma tendrá el portavoz?
-Lo sabrás en cuanto lo veas, de seguro causara una gran impresión en ti. Su curiosidad será la que te llevará al final de tu destino, a través del oscuro viaje que emprenderás.
Fin