Escrito por: Carolina Jiménez (Ecuador) Ganadora del Tercer lugar en el concurso de fanfics Latinalia 2020
Fue así como Juan Montalvo se refirió a la muerte del, en ese entonces Presidente del Ecuador, Gabriel García Moreno, los sentimientos de los ciudadanos oscilaron entre la extrema alegría y la desolación. Se rindieron homenajes y en su honor fueron levantados varios monumentos que hasta estos días adornan las ciudades.
La historia relata como las palabras del Ensayista y Novelista Liberal Juan Montalvo motivaron a los ciudadanos a acabar con la dictadura de Moreno, el literato era reconocido por odiar las dictaduras desde que su hermano mayor fue apresado y exiliado por oponerse a una.
Gabriel García Moreno por su parte, es recordado por ser extremadamente conservador y tener un profundo odio a los liberales, mismos que fueron perseguidos durante su mandato. Sin embargo, su amor a la patria y aportes son innegables y algo por lo que se le recordará siempre, ya sea con amargura o reverencia.
Con sus personalidades y una década separando sus vidas, nadie pensaría que entre ellos existiera algo más que rivalidad u odio, sin embargo, los hilos del destino son incomprensibles y la historia que conocemos esta sesgada de dramatismo político. Ambos caminos, terminaron cruzándose mucho antes de lo que todos piensan, antes de que las ideologías marcaran el rumbo de sus vidas, antes de que el odio machara la pasión desenfrenada que sentían.
Ambato – Ecuador (1839)
Juan Montalvo tenía 7 años cuando empezó la escuela en uno de los barrios pobres de la ciudad, a menudo se escondía de sus compañeros, quienes cruelmente se burlaban de las manchas que adornaban su rostro, producto de la viruela que lo atacó a los 4 años.
Era bueno escondiéndose, su delgado cuerpo y sus gastadas ropas lo hacían alguien fácil de ignorar. Aquella habilidad era su orgullo, pero en esos momentos, se preguntaba si no hubiera sido mejor que lo descubrieran y echaran, ahora no podía hacer nada más que mantenerse estático encogido.
‒ Ustedes dos en verdad son asquerosos ‒ un grupo de cuatro chicos no mayores de 16 años rodeaban a los hermanos mayores de Montalvo, Francisco y Francisco Javier.
‒ ¿no son ellos hermanos? ‒ susurró uno de los jóvenes a su compañero
El pequeño Juan no entendía la situación, sus hermanos iban siempre a recogerlo, y esta vez decidió esconderse tras unos botes de basura para asustarlos, gran error. Apenas alcanzó a callarse a sí mismo cuando todo el grupo llegó insultando a los hermanos, palabras como, “incesto”, “pecado” y “fornicar” fueron mencionadas, palabras que el niño no comprendía.
‒ ¿Pecado?, pecado es levantar falsos testimonios, acaso no será que tu mente esta tan podrida que ve cosas donde no las hay, ningún delito hemos cometido para que nos acuses de algo tan reprochable ‒ Francisco, el primogénito de la familia Montalvo, siempre fue bueno con las palabras y dentro de él ardía una fuerte llama de lucha, un muchacho indomable y presto a luchar contra las injusticias
‒ ¡los vi!, sostenían sus manos como lo hacen las parejas y se acariciaban como una, cuando es día de iglesia ustedes desaparecen y no vuelven hasta el atardecer, siempre he pensado que su relación es extraña, no solo son dos hombres, sino que también son hermanos, ¡es repulsivo! ‒
Francisco Javier estaba ligeramente escondido tras su hermano mayor, se sujetaba a sus ropas y evitaba mirar a los que ahora veía como sus verdugos, prefería callar y dejar que su hermano tratara con ellos, él no era tan bueno con las palabras y no sabía si podría ser tan fuerte como para mirar a los ojos de todos ellos y negar su pecado, si sería capaz de negar aquel prohibido e impuro afecto que tenía hacia su propia sangre
‒ Pff, tus pruebas son solo tus palabras y que desaparecemos el día de iglesia, es ridículo, a diferencia de los acomodados hijos de corruptos, nosotros debemos trabajar para vivir, ¿acaso alguien más ha visto aquello que dices haber visto?, o será que, tu asqueroso deseo hacia tu hermana te hace pensar que todos somos como tú ‒
Las palabras del mayor de los Montalvo tocaron un punto sensible, nadie supo quien lanzó el primer golpe, Francisco Javier solo supo que fue empujado hacia un costado para que los golpes no llegaran a él.
El pequeño Juan no soportó y huyó escuchando, estaba confundido, ¿por qué los acusaban?, ¿Qué se tocaban como lo hacían las parejas?, eso último era algo a lo que estaba acostumbrado, en casa, sus hermanos a veces entrelazaban sus manos y compartían una habitación, pero esto era porque su casa era pequeña y para nada lujosa, tenía medo y estaba confundido.
Debido que no se fijaba en su camino, chocó contra un muchacho, la mirada que le dirigió fue tan helada que le impidió moverse, lo único que pudo hacer fue echarse a llorar a los pies del desconocido.
Cuando Gabriel García Moreno volvía a Quito, y decidió quedarse un día más en Ambato para descansar del viaje, dado que el camino era sumamente largo, lo que menos esperaba era tener a un niño llorando a sus pies. El bochorno fue superior a su indiferencia y se obligó a apiadarse del infante.
Una vez que estuvieron en un lugar tranquilo y que el niño dejó de llorar, el joven de 18 años decidió preguntar dónde se encontraban sus padres, el niño no respondió, solo se encogió y evitó mirarlo, sabía, que era una persona intimidante, las torturas de su padre para forjar su carácter tenían la culpa de su atemorizante porte y su seco trato a los demás. Intentó suavizar su voz para hablarle al niño, sería un mal cristiano si dejara desamparado al niño.
‒ no te haré nada, pero necesito saber dónde están tus padres, ¿acaso los perdiste? ‒ el pequeño solo negó con la cabeza ‒ ¿huías de alguien?
El niño volvió a negar, no se atrevía a hablar debido al miedo que le provocaba, pero empezaba a oscurecer y necesitaba encontrar a sus hermanos ‒ mis…mis hermanos mayores, los perdí de vista ‒
‒ necesito más información o te dejo aquí, a la buena de Dios y verás tú lo que haces ‒
El niño no habló, pero cuando el mayor hizo un leve movimiento se sujetó fuertemente a su costado y, por primera vez levantó la cabeza para mirarlo ‒ ¡NO!, yo…te diré, te diré, no me dejes solo, si me dejas solo, vendrán los duendes y me llevarán ‒
El miedo del infante se escuchaba tan real que Gabriel García solo atinó a soltar la más sincera carcajada que había expresado en su vida, para el niño, fue como magia, a pesar de sus toscos rasgos, el joven dejó de parecer intimidante a sus ojos y en su tierno corazón empezó a florecer un dulce sentimiento.
‒ Esta bien, me quedaré ‒ cuando por fin observó al niño, algo en él se paralizó, los ojos del infante estaban rojos y su rostro tenía unas extrañas marcas, residuos de viruela, quiso tocar una de esas manchas, pero de inmediato el niño cubrió su rostro.
Juan Montalvo habló de cómo unas personas peleaban con sus hermanos y cómo el escapó, evito repetir los insultos y acusaciones, el mayor lo acompañó hasta la iglesia que estaba cerca, a cualquier lugar que quisieran ir a buscarlo, tendrían que pasar por la iglesia.
El infante entró en confianza al notar que el adolescente no se burlaba de las marcas en su cara, empezó a hablar de sus padres, su familia, sus compañeros.
‒ ¿he dicho algo malo? ‒ Gabriel García estaba confundido ante el silencio del niño, había callado cuando mencionó que sus padres no eran demasiado afectuosos, a comparación de los del niño.
‒ es posible…que dos hombres se toquen, como las parejas ¿si no lo son? ‒ el ceño del mayor se frunció
‒ eso es pecado ‒ la tajante declaración provocó un gesto de tristeza en el niño ‒ es algo prohibido por nuestro señor, una abominación que debe ser castigada con el infierno ‒
‒ ¿no se pueden salvar? ‒
La pregunta lo tomó desprevenido, iba a exigir saber a quienes se referían, pero al notar la desesperación en la expresión del niño, prefirió decir otra cosa ‒ si se arrepienten y confiesan su pecado ante nuestro señor, pueden ser perdonados, pero deben volver al camino recto ‒
Los ojos del infante brillaron, se abrazó al mayor en agradecimiento, ahora sabía cómo salvar a sus hermanos, si es que en verdad estaban haciendo algo indebido, para Gabriel García Moreno, aquello provocó un extraño calor en su cuerpo, cuando apartó al menor se quedó observando fijamente su infantil rostro, acarició suavemente sus mejillas. Aquel niño, era demasiado dulce, demasiado inocente al pensar que esos pecadores tenían salvación, tan puro e ingenuo, su cuerpo tomó control de él y se quedó mirando los pequeños labios del menor, tan pequeño, tan inocente.
‒ ¡Juan! ‒ el infante se apartó de inmediato al escuchar a su hermano, totalmente inconsciente de los oscuros deseos que había despertado en el mayor
Gabriel García Moreno entregó al infante rápidamente y sin dar explicaciones se alejó sin despedirse, asustado y temeroso de aquello que estuvo a punto de hacer, y de los sentimientos que el niño despertó en él, aquel encuentro, desencadenó en él un pecado que lo acompañaría el resto de su vida
Quito – Ecuador (1846)
Una habitación apenas iluminada, un cuarto pequeño con una sola cama que cumplía un solo objetivo, un edificio con mala fama debido a tipo de hombres y mujeres que lo frecuentaban, ubicado en uno de los barrios más alejados de la iglesia, tanto física como moralmente.
Dos cuerpos masculinos se revolcaban en la cama, ninguno de ellos hacía el mínimo esfuerzo en ser silencioso, sus jadeos y gemidos se perdían ante el ruido de las habitaciones alrededor.
Solo eran dos desconocidos que, esa noche, acordaron darse placer y perderse en el furor de la pasión prohibida. Uno de ellos, irrelevante para el mundo se dedicó a disfrutar del momento, el otro, con todo un camino por delante y mucho que perder, trataba de olvidar, la hipocresía que regía su vida.
‒ aaahh…aahh… ¿quién lo diría?, aahh, mmm, el futuro del país, en un lugar como este jajaja‒
‒ Cállate ‒ el hombre que estaba arriba, empujó más fuerte, con el único objetivo de callar a su amante de turno, no necesitaba que le recordaran lo hipócrita que era.
Que diría el mundo si supiera que el conservador Gabriel García Moreno, aquel hombre tan apegado a la iglesia y a los ideales conservadores, ese hombre que estaba a punto de casarse, iba a lugares como esos cada semana con el único objetivo de buscar un compañero de cama, sin importarle en lo absoluto quien era, lo único que quería era un agujero en el cual enterrarse y empujar hasta perderse a sí mismo.
Desde aquel fatídico día donde estuvo a punto de perder la cabeza por un niño, había empezado a experimentar con sus compañeros hasta llegar a acostarse con hombres, aquello estaba mal, era inmoral en varias medidas, pero solo podía sentir placer al acostarse con hombres, el sentir algo entre las piernas de la persona con la que se acostaba lograba excitarlo como nunca pudo excitarse con una mujer.
Cuando terminó, solo se vistió y se marchó, sin despedirse. Al día siguiente sólo caminó al altar y ató su vida a una mujer, buscando de alguna manera, que ese compromiso ante los ojos de Dios, le ayudase a disminuir un poco sus pecados.
Juan Montalvo había aprendido a vivir viendo a su hermano Francisco Javier sufriendo la ausencia del primogénito de la Familia, solo bastaron un par de años para que entendiera la verdadera relación de sus hermanos. En principio era confuso, pero un amor tan sincero no podía ser incorrecto e inmoral. Más aún de dos personas que lo educaron más que sus maestros y padres, quienes apoyaron su amor a las letras y se mudaron con él a Quito para que pudiera dedicarse a la literatura, por esa razón, cuando Francisco fue exiliado, hubo un quiebre moral en él del cual nunca se recuperaría. Aún recordaba el día en que un grupo de hombres invadieron su casa y se llevaron a su hermano acusándolo de traidor a la patria, todos lloraron aquel día, pero ningún llanto fue más desgarrador que el silencioso sollozo de Francisco Javier, que, escondido en su habitación, lloró la pérdida no solo de un hermano, sino de su amor.
El miedo a que fuera asesinado colapsó a la familia, pero cuando anunciaron su exilio hubo una mezcla de alivio y rabia, el día que lo despidieron, notó como Francisco Javier pasaba dinero al guardia y le decía algo al oído, una mezcla de sorpresa y asco cruzó por la cara del guardia, él fue obligado a despedirse y marcharse junto a sus padres, no entendió porque empezaron a tratar de forma diferente a su hermano hasta años después. Desde ese evento, nació en él un profundo odio al gobernante Juan José Flores, el entonces presidente, fue responsable directo del sufrimiento de su familia y todos los que fueran como él, se ganaron todo su odio y desprecio.
Ese día, era la boda de una notable figura en la ciudad de Quito, un abogado de apellido Moreno que era, al parecer, un gran amigo de Juan José Flores.
Ya sea por morbo o ira, como pudo, se coló a la fiesta y observó de lejos a los presentes, Gabriel García Moreno era el novio, su cara le era muy familiar y cuando éste dirigió su mirada hacia él, un extraño sentimiento afloró en su pecho. Lo que ocurrió esa noche fue confuso, en un minuto estaba entablando una extraña conversación con el desconocido y, al siguiente, se encontraban camino a la zona más roja de la ciudad con el corazón latiendo a mil en su pecho.
Para Gabriel García, aquello parecía ser un milagro, nunca en su vida olvidaría aquella cara, que, si bien estaba en camino al cambio por la adolescencia, seguía teniendo aquellas manchas, como secuela de la viruela, aquellos ojos, eran inolvidables y aquella voz, solo encendió en él un profundo deseo, ¿le importaba dejar sola a su ahora esposa en su noche de bodas?, un poco, la culpabilidad que sentía era más que nada por incumplir ante Dios, pero con aquel muchacho frente a él, no podía resistirse, ardería en el infierno por ello, pero su deseo era más grande.
‒ tú…te me haces conocido ‒ Juan Montalvo no era tan inocente e ignorante de lo que estaba por ocurrir, si bien aún era virgen, no desconocía los secretos de la alcoba, ¿por qué aceptó?, aquello es confuso incluso para él mismo, pero algo en la mirada de ese hombre le era irresistible
Moreno, quiso que el muchacho lo recordara ‒ tú, eras pequeño, y estabas perdido ‒
Los recuerdos volvieron a él, sin embargo, aquel muchacho que lo había ayudado y había despertado en él un dulce sentimiento también era quien lo había hecho dudar de sus hermanos, un hombre que calificaba como pecado lo que ellos estaban a punto de hacer, mismo que ahora era un hombre casado, uno amigo del corrupto que hizo sufrir a su familia.
‒ No eras tú, ¿quién pensaba que esto era un pecado? ‒
‒ Si deseas marcharte, hazlo ‒
No supo que fue lo que se implantó en él esa noche, pero decidió entregar su cuerpo al hombre frente a él, su primer gran error.
París – 1858
‒ aaahh, tan bueno mmm aaahh ‒ el literato Juan Montalvo se sujetaba fuertemente a las sábanas de la cama, mientras era embestido brutalmente por el hombre que, para el público, era su peor enemigo, mismo que había sido responsable de su exilio a otro país
‒ te gusta esto, siii, mmnn sé que te gusta ‒
‒ aahh me gusta, aaghh, me gusta tanto aahhh ‒ su boca lo traicionaba, decidió morder la almohada para acallar sus gemidos ‒ aaahh, tu esposa enferma ahh y tú mmnn aghh, y tu aquí, aahh, eres un mnnhh, aaahh, hipócrita ‒
Los movimientos de Gabriel García eran cada vez más fuertes, había hecho aquel largo viaje en secreto solo para, deleitarse con el cuerpo de aquel hombre, mismo al que había hecho la vida imposible, sus ideales eran tan opuestos, pero sus cuerpos eran demasiado compatibles
‒ mmngg, aaah, aquí estas, en la cama con el hombre que odias, si yo soy un hipócrita, ¿eso en qué te convierte?
Los movimientos eran tan fuertes que la cama se movía al compás de las embestidas, el placer recorrió sus sudorosos cuerpos y los dejó temblando de placer, apenas terminó, Montalvo se quitó al hombre de encima rápidamente ‒ Largo, antes de que te vean ‒
Así era su relación, se encontraba, se acostaban, se marchaban y volvían a ser aquel par de desconocidos a quien Montalvo destruía en el papel, cuando el hombre se marchó, se permitió llorar de impotencia, su amor y odio hacia ese hombre eran confusos, lo odiaba, pero al mismo tiempo lo deseaba.
Pero aquello debía terminar, no solo por él, sino por todos aquellos que habían perdido la vida en su dictadura. Con el corazón doliendo, y sus manos temblando redactó una nueva columna contra aquel hombre y su gobierno.
1875/ Quito –Ecuador
Fuera de la catedral de la ciudad, el mandatario del país caía lentamente al piso luego de recibir varias heridas letales, entre disparos y machetazos, gritos de “por la libertad” se escuchaban viniendo de sus atacantes.
La vida del dictador acabó.
Mientras tanto al otro lado del mundo, Juan Montalvo lloraba la pérdida de aquel hombre, al cual odió y amó al mismo tiempo, su muerte era enteramente su culpa, eso lo sabía de sobra, sus palabras lo condenaron, pero aquello no disminuyó el dolor de su corazón.
Fin