Escrito por: Pao Núñez Donoso (Chile) Ganadora del PRIMER LUGAR del concurso de fanfics de Latinalia 2020

Mendoza, 8 de Abril de 1818

El repicar de las campanas, el choque de los cascos de los caballos y el hedor a podredumbre era lo que invadía aquella fría y paupérrima celda en la que se encontraba…De pronto, un murmullo lejano, el murmullo de la misma muerte que lentamente comenzaba a cernirse sobre su cuerpo

-Padre nuestro que estás en los cielos…

Una oración, una plegaria… Un lamento a la nada, algo que poco podría hacer por él en esos momentos y mucho menos por su hermano, sobre todo por Juan José, por el pobre primogénito, con quienes sus captores se habían ensañado los días previos a su ejecución. “¡Che!… ¡Pero miren que alicaído esta el gran oficial Carrera!” vociferaba uno de los custodios “Ya no están tus hombres para cubrirte las espaldas” agregaba el otro sin cesar con los golpes “¡Y miren!” vocifero otro hombre “El otro está que mea de miedo”. Y no era del todo mentira, tenía miedo y sobre todo frustración por no poder hacer nada por su hermano, atado de brazos solo pudo cerrar los ojos, apartando la mirada cobardemente “Y vos te salvás solo porque eres el Carrera chico” “A vos nadie te da bola” espetó uno de los guardias sonriendo socarronamente, esperando algún tipo de reacción, pero esa respuesta nunca llegó. Porque era cierto el siempre fue “El menor de los Carrera” “El hermano de José Miguel y Juan José” y él lo sabía mejor que nadie, siempre estaría bajo sus sombras, eclipsado por sus ejemplares carreras militares y si bien el había seguido sus pasos, nunca había sido tan sobresaliente como ellos. Aquello no le afectaba porque les admiraba, él amaba a sus hermanos y sabía que gran parte de lo que él era en esos momentos se los debía a ellos, pero tal parecía que para el resto, era solo un muchachito pusilánime, que había llegado hasta donde estaba por ser hermano de…

“Tú te llamas Luis Carrera un militar y patriota Chileno que brilla por sus propios logros, no por los de sus hermanos”

Aquella frase resonó en su cabeza, esa, que se transformó en uno de sus recuerdos más preciados, porque se la había dicho aquel joven amigo de su hermano, aquel que visitaba su casa con frecuencia y con el que compartía largas conversaciones, el que lo llamaba cariñosamente “Luchín”. Aquel joven y atractivo abogado que en años posteriores se transformaría en un guerrillero que defendía sus ideales a capa y espada y el que antes de siquiera darse cuenta, se había ganado su corazón completamente.

-¡Despertá Chilenito! ¡Que ya llegó el cura!- Bramó el guardia sacándolo de su ensoñación, de aquella ensoñación en la que lo mantenía el amor que le profesaba a Manuel Rodríguez

Se abrió la celda, dejando entrar a un cabizbajo cura franciscano, de edad avanzada, con una incipiente barba que le tapaba la mitad del rostro. Lentamente y con dificultad se aproximó hasta sentarse en la incómoda cama en la que él se encontraba y con un suspiro de alivio dejó caer su cansado cuerpo sobre esta

-Que no se te ocurra hacer ninguna estupidez- le advirtió el custodio antes de volver a cerrar la celda y dejarlos solos

El silencio se hizo por unos instantes, hasta que el cura, con voz amable y senil lo rompió

-Ave María Purísima…

-Sin pecado concebida- Contestó Luis. Si bien nunca había sido un hombre particularmente creyente y su falta de fe rayaba casi en el agnosticismo, sentía que en aquel momento, en el que se encontraba aportas de ser ejecutado, cualquier cosa que lo hiciera sentirse en paz, sería bienvenida

-Cuéntame hijo mío ¿Alguna falta que quieras confesar?

La confesión comenzó con el relatándole cosas que eran casi de conocimiento público, pecados a consecuencia de los procesos independentistas que se llevaban a cabo, mentiras, muertes, traiciones y un sin número de otras cosas, de las cuales no se sentía orgulloso, pero que eran necesarias para cumplir el sueño de ver a su patria libre. El cura lo escuchó sin rechistar y lo absolvió de todos sus pecados y una vez terminado el proceso inquirió en una afirmación que lo dejó descolocado.

-¿Eso es todo lo que tienes para decir muchacho?… Siento que hay algo que te tiene inquieto y que estás pasando por alto a propósito- musitó el clérigo con voz paciente –Esta es la última oportunidad que tienes de sacar todo eso que tienes guardado dentro, a veces es mejor no llevarse los asuntos terrenales hacia el otro mundo

Luis lo meditó por unos segundos y efectivamente había algo más, un secreto que había mantenido guardado a lo largo de su vida y que pensó se llevaría hasta la tumba

-He pecado padre- admitió el joven Carrera rehuyendo de la mirada del sacerdote –Pero creo que el acto en sí, no es el delito, si no que el verdadero pecado, es que no me arrepiento de haberlo hecho…-Confesó

-Te escucho hijo mío- le alentó el hombre

-Practiqué la sodomía…

Santiago Julio de 1809

<< Era su cumpleaños número diecinueve y a pesar de los sucesos que acontecían el país, sus hermanos y el resto de su familia decidieron celebrar aquel cumpleaños como un gran acontecimiento. No era una fiesta ostentosa, pero si una cena particularmente abundante y hecha completamente por su madre y su hermana Javiera. Hubo platillos exquisitos, risas, algarabía, buen vino y algunos invitados de los cuales Luis recordaba menos de la mitad, porque lo único que sus pupilas hicieron durante toda la velada fue seguir el ir y venir agraciado de su adorado Manuel.

No recuerda bien cuando comenzó, pudo haber sido alrededor de los catorce años, cuando se percató de que aquella admiración y cariño que sentía por su hermano no era la misma que sentía por el guerrillero, a fin de cuentas él nunca había despertado empalmado por estar soñando con José Miguel… Puede incluso que haya sido mucho antes, desde el primer momento en que cruzó miradas con él.

-Feliz Cumpleaños Luchín- le felicitó Manuel acercándose hasta donde estaba, desordenando su cabellera de manera fraternal, porque sí, aquel amor siempre había sido algo unilateral, deseos y sentimientos que él había albergado por mucho tiempo, pero de los que no había ninguna señal de ser correspondidos

-Muchas gracias… -Le respondió avergonzado y de la forma más tranquila que le permitió su corazón desbocado

-¡¿Pero qué está pasando aquí?! ¿Por qué estas acaparando al cumpleañero?- interrumpió José Miguel, ya más alegre que de costumbre con una botella de vino en la mano, mientras con el otro brazo, sostenía en un semi abrazo a su compañero

-Solo lo felicitaba- argumento Manuel tratando de zafarse de su amigo –Y ¿Cuántos vasos te has tomado ya?- inquirió viendo con desaprobación el estado en el que se encontraba y aún así sonriéndole con un cariño que provocó que el corazón de Luis se le subiera a la garganta y una inmensas ganas de llorar se apoderaran de él. Porque él no era tonto y mucho menos ciego, sabía que esa mirada con la que el guerrillero escudriñaba a su hermano, estaba cargada de más que solo amor fraterno, porque era de la misma forma en que el miraba a Manuel

-Si me disculpan un momento…- Musitó saliendo de aquella escena

El resto de la velada transcurrió de forma normal, o tan normal como puede ser, cuando hay comida y bebida a destajo. Pasó gran parte de la noche atormentándose al ver la cercanía de José Miguel con su amor secreto y evitando tener contacto con este por todos los medio posibles. En algún punto de la fiesta y ya cuando la mayoría poco sabía del lugar y mucho menos el motivo por el cual se encontraba ahí, decidió escabullirse hacia el estudió de su padre, aquel lugar en el que siempre se refugiaba y metía su nariz entre lo libros desconectándose de todo “El ratón de biblioteca” le decían sus hermanos cada vez que lo encontraban allí.

El sonido de la puerta abriéndose lo desconcentró y al levantar la vista del libro, se encontró con el cuerpo tambaleante de Manuel Rodríguez, caminando en zigzag hacia él

-Parece que te equivocaste de habitación- le espetó Luis tratando de distender el ambiente con una risita nerviosa -¡Cuidado!- Advirtió apresurándose hasta el otro hombre para que este no se fuera de bruces al suelo

Trataba de de calmarse pero el aliento a vino y tabaco de Manuel estaba mucho más cerca de lo que imaginaba, sabía que solo debía levantar su cabeza para quedar frente a frente al guerrillero, pero lo que jamás imagino, era que fuese este el que le tomara del mentón y levantara su rostro para apoderarse de sus labios en un beso que era todo menos ternura.

Su rostro era apretujado por las manos del otro hombre y su cuerpo atraído por el del contrario en un gesto vehemente, como si cualquier contacto entre los dos fuera insuficiente. Su lengua, profanaba su boca, llegando hasta el inicio de su garganta, cortándole la respiración y mandando por la borda cualquier atisbo de racionalidad

-M-Manuel…- habló con la voz entrecortada, alejándose solo lo que le permitía su pareja –Soy yo, Luis- trató de hacerlo entrar en razón, pero el contrario ya se encontraba besando su cuello y deshaciéndose de cualquier ropaje que le impidiera besar más piel

Su clavícula, su pecho, su estómago, todo era recorrido por esa ávida boca, la saliva iba trazando el camino que esta recorría y Luis podía sentir como esta se secaba en su piel, debido a lo caliente que se sentía.

-E-Espera Manuel…

El guerrillero no entendía razones, sus labios subían y bajaban por su estómago, dejando un rastro de besos, enrojeciendo la piel por dónde pasaba. De pronto Luis sintió como el otro hombre lo despojaba de la única prenda que cubría su intimidad y con vergüenza y horror vio como su sexo tumefacto desapareció en la boca del contrario

-No puedes… ¡N-No!- la mirada desafiante que le dedico Manuel le advertía que no importaba cuanto rogara por cordura, este no se detendría. Por su parte el menor se retorcía ante el cúmulo de sensaciones nuevas, todo en el hormigueaba y estaba caliente, la razón le decía que siguiera rogándole por que se detuviera, pero su cuerpo y su corazón le pedían por más.

Manuel lo engullía por completo, mientras sus manos ansiosas apretujaban sus caderas y un poco más, Luis tenía la certeza de que mañana tendría las marcas de las uñas del guerrillero en sus glúteos. Sin previo aviso lo liberó de su agarre y de forma ágil y veloz lo volteó, siendo ahora su entrada la que era profanada por la deseosa boca del mayor.

-P-Por favor…- suplicó Luis, aunque ya estaba lejos de suplicar que se detuviera. Manuel lo siguió embistiendo con su lengua hasta que en un último grito ahogado, terminó liberándose sobre el escritorio

-El escritorio- Musitó aún en medio del éxtasis, preguntándose qué diría su padre si supiera lo que estaban haciendo en aquel estudio, sin embargo Manuel tomó aquello como una invitación e inclinando a Luis sobre el buró, adentró su sexo tan profundo como se le fue posible. El joven Carrera apoyado completamente sobre la superficie, podía sentir el aroma de la madera, la tinta de los papeles, ya completamente inservibles, que estaban sobre la mesa, rastros de su esencia y el sudor almizcleño de Manuel mas el propio entremezclándose.

-Ahí… Por favor- Rogaba el más joven, ya completamente desenfadado –Más fuerte…

Podía oír los gemidos de Manuel, aquella voz que siempre le dedicó palabras amables, ahora gruñendo y gimiendo de forma gutural y Luis no pudo evitar sentirse maravillado de saber que aquellos sonidos bestiales, eran provocados por el placer que al otro le provocaba su cuerpo.

-Y-Ya no aguanto más- habló entre gemidos el más joven y con un último quejido ambos llegaron al orgasmo

Luis se sentía cansado, sus piernas tiritaban y todo su cuerpo sudaba, aún podía sentir el calor de Manuel sobre su espalda y la simiente escurriendo por sus piernas. Sus ojos comenzaron a parpadear más lento, hasta cerrarse completamente y lo último que logra oír es un susurro, bajo sensual, que le dice “Siempre fuiste tú” mientras besa su oído.

Al otro día despertó en su habitación completamente limpio y vestido, se levantó a paso raudo para ir hacia el estudio de su padre, encontrándolo completamente vacío, pulcro y ordenado como había estado siempre. Pero él sabía que lo ocurrido no había sido un sueño, su cuerpo le gritaba que había sido real, y las marcas que en este quedaron se lo confirmaban… La actitud fría y distante que tuvo el guerrillero con el días después, le hizo pensar que este se había arrepentido de lo ocurrido, que probablemente en su estado de ebriedad y la oscuridad creyó que se trataba de su hermano José Miguel, así que tomando los trozos de su roto corazón, se rearmó y decidió seguir adelante, guardando sus esperanza, sentimientos y aquel recuerdo en lo más profundo de su memoria>>

Luis terminó su relato, esperando algún tipo de reacción por parte del sacerdote, el  hombre se mantuvo callado, hasta que sus lamentaciones rompieron el silencio

-Porqué, porqué… ¿Por qué me dices esto recién ahora Luchín?- hablaba el hombre tomándose la cabeza entre sus manos – Estuve todo este tiempo creyendo que me odiabas por lo que pasó ¡Por la mierda!- blasfemó el cura volteándose a verle con los ojos llenos de lágrimas

-¡¿Manuel?!- inquirió sorprendido el menor, viendo como tras esa barba y esa capucha roída, se encontraba el apuesto rostro del guerrillero -¿Q-Qué haces aquí?

-Siempre fuiste tú Luis, siempre te amé a ti- contestó el aludido, ignorando la pregunta y tomando entre sus manos el rostro sorprendido del más joven lo besó demostrando la frustración acumulada por el tiempo

Luis tenía tantas preguntas sin responder, pero no había tiempo para ello, las palabras fueron acalladas por besos que les dejaron los labios hinchados y la respiración entrecortada

-No sabes lo feliz que me hizo escucharte- dijo el guerrillero atrayendo a su amor en un suave abrazo. Luis se dejó querer y recibió con felicidad cada uno de los mimos del mayor, casi olvidando que estaba a minutos de que lo ejecutaran

-Manuel- le espetó un guardia golpeando el calabozo –Los Argentinos ya encontraron al cura verdadero, tenemos que salir de aquí- le apuró abriendo la celda

-Vámonos Luis, tenemos que salir de aquí- dijo Manuel tomando la mano del menor para llevárselo con él, pero este no se movió de su lugar

-No Manuel- le detuvo el menor –No puedo irme de aquí, es muy riesgoso para ti… Y tampoco puedo dejar atrás a Juan José

-Ya veremos cómo lo haremos, pero escaparemos todos de aquí…

-¡Apúrate Manuel! ¡Los guardias ya se dieron cuenta!- Le apuró el otro hombre

-No me iré sin Luis- espetó Rodríguez –No ahora que por fin lo tengo…

-Siempre me tuviste… Siempre fui tuyo- reiteró el menor viéndolo con angustia –Por favor Manuel sal de aquí, O’Higgins y San Martín nos tienen en la mira y si todos morimos ahora, todo por lo que hemos luchado, no habrá servido de nada, tienes que buscar a José Miguel y seguir adelante con la causa – argumentó apoyando su frente en la del mayor  –Te lo ruego…

Para ese entonces Manuel tenía el rostro enjugado en lágrimas, sabía que lo que decía Luis era cierto, el menor estaba siendo racional, pero él no podía, no concebía que ahora que por fin sabía que ese muchachito al que siempre quiso le correspondía, tenía que dejarlo morir

-Manuel, no tenemos tiempo- le volvió a apurar el carcelero

Cerrando los ojos con pesar se acercó al menor y lo abrazó como si la vida se le fuera en ello –Ni te imaginas cuanto te amo, ni el dolor que siento ahora… No puedo creer que tenga que dejarte morir- habló ya llorando desconsoladamente

-Tú no me dejarás morir Manuel- hablo Luis tratando de darle consuelo –Me has dado una de la mas grandes alegrías antes de partir- añadió besando sus ojos –Pero es solo mi cuerpo el que se va porque, sé que tu seguirás peleando por nuestros ideales y cada vez que mi nombre salga de tus labios y pienses en mí, yo viviré…

Y con un último beso en los labios sellaron aquel pacto de amor eterno

-Lo siento, pero debemos irnos- les interrumpió el guardia tomando a Manuel para sacarlo de ahí

-¡Siempre fuiste tú!- le gritó el guerrillero antes de perderse entre las murallas de la cárcel, escapando del grupo de guardias que venía tras ellos

Para cuando se calmó todo, vino uno de sus carceleros a buscarlo y encadenado lo llevaron hasta el patio de fusilamiento, lo ataron a un poste, junto a su hermano y le vendaron los ojos, privándolo de ver por última vez este mundo, pero Luis sentía que con haber visto a Manuel por última vez tenía más que suficiente

-Sus últimas palabras – habló el comandante a cargo de la ejecución

-Siempre fuiste tú- musitó Luis con una sonrisa en los labios. Se encontraba tranquilo, el poder haber visto a  Manuel y aquel último beso, fueron su réquiem, fueron la plegaria por aquel amor, que nunca se concretó, pero que siempre los mantuvo unidos y sonrió y su sonrisa se ensanchó al percatarse de que no hubo un minuto en su vida, que no viviera con la existencia de Manuel Rodríguez en este mundo… Y con ese pensamiento un centenar de balas fueron disparadas para darle muerte

A lo lejos, ya cabalgando cerca de la frontera y con las lágrimas nublándole la vista, el guerrillero con el corazón destrozado murmuraba el nombre de “Luis” una y otra vez, porque él lo mantendría vivo y porque ese sería su réquiem, el réquiem por el último beso.

Fin