Escrito por: Julio García (México)
Cien años antes de llegar al milenio que hoy nos ocupa, se desarrolló en México un acontecimiento violento y audaz. Lleno de muerte, desesperación y esperanza. Solo aquellos que eran lo suficientemente valientes como para arriesgar su propia vida en batalla, podía hacerse llamar participes de la revolución mexicana.
Entre todos esos hombres y mujeres resaltaba un hombre leal. Un personaje que destacaba por su impulsividad, coraje y fanatismo por cualquier bebida que pudiese embriagarlo. Su nombre era Rodolfo Fierro. General de la división del norte e íntimo amigo de Francisco villa.
Le apodaban el carnicero, dado que no conocía la piedad ni la clemencia, no le importaba matar o morir, si así se lo de ordenase villa.
Tenía un peculiar cinismo respecto a la muerte, asesinando incluso en una ocasión a un individuo que pasaba por fuera de una cantina, solo porque previamente había apostado con sus camaradas que, al dispararle a un hombre, este siempre caerá muerto hacia adelante y no hacia atrás.
Esta bestia carnicera se encontraba aquella noche oscura y fría, en la puerta de un burdel, sin más que una botella de tequila casi vacía en su mano izquierda y una pistola en la diestra.
Entro pateando la puerta e hizo que todas las personas que estaban en aquel lugar, se largaran sin terminarse si quiera sus tragos. Todo cliente, toda dama, salió del lugar sin rechistar, pero Rodolfo no permitió que escapara el dueño del lugar. Al que apuntando con su pistola justo entre medio de las cejas, le pidió que obedeciera cada una de sus indicaciones.
Después de que aquel hombre le llevara todo lo que el revolucionario le pidió que le consiguiera, este lo ato de pies y manos a una silla de roble en la alcoba más lujosa del burdel y frente al espejo más extenso la habitación comenzó a desnudarse, se dirigió al baño y usando los rastrillos de las prostitutas, afeito sus piernas y cada parte de su cuerpo, inclusive su pronunciado bigote.
Se podía notar en él un sentimiento diferente a todas las emociones eufóricas que siempre emanaban de su cuerpo, era melancolía en su expresión más pura.
Después de asearse volvió al cuarto donde se encontraba aun el dueño del burdel que gritaba sin éxito por la mordaza de tela que tenía dentro de su boca.
Rodolfo entonces tomo lo que le había encomendado al sujeto. Se trataba de unos tacones altos y dorados, rímel oscuro, también un labial carmesí. Sin embargo, lo más destacablemente de aquellos artilugios era un vestido corto de color lapislázuli.
Delante de ese individuo comenzó a pintarse los labios despacio.
– ¿crees que así podría gustarle? – pregunto Rodolfo al sujeto amordazado, que se sorprendió al escuchar esas palabras tan amablemente tristes
– ¿aquella vez que le pregunte como le gustaba que vistieran las mujeres cuando asistía a estos lugares, me contesto que este conjunto era su favorito-
El dueño del burdel sabiendo que su vida dependía de la empatía que sintiera ese hombre hacia él, asintió la cabeza afirmando lo que le preguntaba Rodolfo.
-Si crees que es así, ¿entonces porque siento que nunca querrá amarme? –
-Entonces, ¿por qué me duele tanto, no ser como él quiere? –
Rodolfo ni siquiera dejo que respondiera su víctima, cuando este comenzó a llenarlo de preguntas. Que más que formar parte de una conversación, parecía que se las hacia a sí mismo.
¿Por qué después de todo lo que hice por él?, ¿de toda la sangre que he derramado en su nombre?, ¿de todas las heridas que he sufrido por él?, ¿por qué solo puedo tener su gratitud?
Fierro comenzó a avanzar hacia el sujeto. Una vez delante de él, lo miro intimidante desde arriba y lo derribo de un golpe estruendoso mientras gritaba un ruidoso “¡porque!”
Cayo al suelo junto con el dueño del burdel y sin nada más que ocultar comenzó a llorar mordiendo sus labios, apretando también sus ojos. Era un llanto honesto lleno de desesperación, rabia y angustia. La tristeza de este hombre era casi tan grande, como todo el sufrimiento que le había causado a cada una de las personas que había torturado y matado en nombre de la revolución.
-Es porque eres varón- Respondió un hombre delgado que se recargaba en la puerta de la habitación.
Al escuchar esa voz, con el inmenso temor e ira de que alguien pudiese descubrirlo en ese estado, Rodolfo se levantó deprisa del alfombrado rojo, para disparar al sujeto que lo había encontrado, pero antes de que pudiera jalar el gatillo exclamo. –kingo, ¿qué hace usted aquí? –
-El señor Pancho, me encomendó buscarte y sabía que una rata como tú, tenía que esconderse en un lugar como este-
Contesto a Rodolfo el general Kingo Nonaka, un joven japonés, que en busca de una mejor vida llego a México justo antes de que estallara el conflicto bélico y después de este cociera los ideales de pancho villa, a través de uno de los soldados que atendió en la clínica donde laboraba. Se unió a las filas del ejército, con la enorme ilusión de conocer algún día al gran Francisco Villa.
– ¿Crees que solo porque eres mi igual, no puedo llenar de plomo tu cuerpo con las balas de mi revolver?
Pregunto el carnicero iracundo.
– ¡No! Creo que no lo harás porque sabes que soy el único que puede comprenderte- añadió kingo acercándose a Rodolfo que seguía en el suelo apuntándole con su arma.
-Todos en el escuadrón sabemos lo que sientes hacia el general. Pero solo yo puedo comprender tus sentimientos sin juzgarte-
– ¿Cómo podrías entenderme? ¿qué te hace diferente a los demás caudillos, sabandija china? – exclamo de manera burlona el hombre derribado por su pena alcoholizada.
Kingo camino lentamente hacia él, sorprendiendo al carnicero cuando sin aviso previo, piso su antebrazo con todo el peso de su pierna.
Rodolfo soltó la pistola por el impacto de ese golpe y furioso trato de tomar del tobillo a su camarada, pero este le propino una patada directo en la mejilla sin que Rodolfo pudiera defenderse.
Acostado con la espalda contra el suelo, Rodolfo pudo ver y sentir como kingo se montana sobre el abriendo sus piernas como si estuviese montando a su caballo favorito.
Nonaka entonces jalo del cabello a fierro, llevando su rostro contra el suyo.
-Antes que nada, estúpido alcohólico, soy japonés, no chino. Ahora respecto a tu injuriosa pregunta. – – Yo puedo comprenderte porque soy idéntico a ti, yo también estoy enamorado de un hombre-
¿usted?, jah podría decir que no me lo imaginaba, pero con ese cuerpo enclenque y su figura escuálida, no puedo negar que su porte es exageradamente femenino-
Respondió Rodolfo a Nonaka. –Y bien, sargento. ¿Podría decirme quien es ese hombre? –El mismo idiota por el que usted está aquí esta noche- contesto Nonaka. Posteriormente de que esa confesión resonase en los oídos del asesino, estallo en una carcajada dentro de su garganta.
– ¡Viejo ridículo!, ¿cuál es el motivo de tan soberbia risa? – pregunto kingo –No me lo tome muy a pecho señor chino, es solo que si aquel hijo de perra, se enterase de esto, puede que muera de risa, al ver que tan frágiles e insulsos se ven sus subordinados en este momento-.
Después de aquella platica minimalista, ambos se sentaron en la cama, y sonriendo, kingo se acerca más y más a Rodolfo. Tomo su rostro con una de sus manos y deslizando su pulgar por las mejillas de aquel hombre repleto de angustia. Limpio el rímel que había caído hacia su barbilla, por tanto, llanto previo que había derramado. Entonces Nonaka acerco sus labios a los Rodolfo y exclamo. –Una lacra como tú no merece ser amado, has repleto de sufrimiento la vida de tantas personas y te has jactado con orgullo de aquellos hechos-.
-Lo sé, mi vida existe solo por la muerte, no necesitas recordarme que personas como yo, solo pueden encontrar la felicidad debajo de una lápida-
-Inclusive si el señor Francisco, pudiese amarme, el peso de todas esas vidas que he robado, me hundirán al infierno tarde o temprano-. – Personas como yo solamente merecen el desprecio de aquellos de saben de su existencia-
Dijo Rodolfo, con un poco menos de embriagues dentro de su trágico cuerpo.
-Escoria, a veces dices cosas, que no parecen salir de esa boca vulgar- -te tendré compasión esa noche, y te daré un sustituto de lo que tanto anhelas-
Al terminar esa oración Nonaka sonrió y empujo a fierro hacia la parte superior de la cama. –Un miserable como yo, solo puede aceptar esta caridad sin rechistar. ¿No es así? – -En efecto. No dudare en tratarte como la zorra miserable que tanto dices ser-
Kingo Nonaka una vez más sobre el cuerpo fornido de aquel hombre vestido con prendas de mujer y maquillajes mal pintados, entregaba su cuerpo, como una especie de ofrenda, a alguien que jamás había conocido un sentimiento como la empatía en su vida.
Comenzó besándolo despacio apretando sus muñecas con rudeza y llevándolas sobre la cabeza de su sumiso camarada. Ambos podían sentir como la temperatura en su saliva empezaba a elevarse, podían percibir como el calor en sus cuerpos aumentaba, pero, sobre todo. Podían percatarse de cómo sus miembros comenzaban a levantarse, sin ningún recatamiento que los detuviese.
Cuando finalizaron aquellos besos, Kingo se levantó aun sentado sobre fierro y fue despojándose de su uniforme militar. Aquel alfombrado colorado, ahora tenía sobre sus costuras, la totalidad de las prendas que portaban esos caballeros, esa noche sin estrellas.
Nonaka besaba y lamia despacio el cuello de Rodolfo. Mientras el carnicero gemía y presionaba sus gruesos dedos en los hombros de su pareja.
Aquella bestia, aquel monstruo sin misericordia se había vuelto un esclavo del placer que le provocaba ese joven asiático, no le importo jadear, no le importo gemir, no presentó ninguna oposición a todas las posiciones en que Nonaka le pedía colocarse. Él quería ser tan obediente como si estuviese obedeciendo las ordenes de su general francisco villa. Dado que, en el fondo de aquella podrida imaginación, fantaseaba que ese hombre que le daba tanto placer, era el dueño de más que sus servicios militares, si no que era el dueño de sus sentimientos y de su propia vida.
Kingo por su parte, se imaginaba a sí mismo en una situación similar, llenando sus pensamientos de que aquel impostor era su amor platónico eh imposible.
Ambos fornicaban con fuerza teniendo sus ojos cerrados, queriendo engañar a su mente, queriendo disuadir a aquel corazón que tenía un dueño más lejano.
Kingo podía sentir como el interior del cuerpo de Rodolfo apretaba su miembro rígido, que después de una jornada sexual demasiado prolongada, comenzó a masturbar el miembro de Rodolfo al unísono. Primero el japonés alcanzo el orgasmo, un clímax tan inmensamente desenfrenado. Sin embargo, el éxtasis no impidió que cumpliera su cometido, así que mientras aún estaba erecto dentro de fierro, este continúo masturbándolo hasta que lo hizo eyacular fuertemente.
Los dos quedaron a la merced del otro, acurrucados en la cama. Ambos se quedaron dormidos. Por supuesto olvidando al pobre burdelero que había presenciado todo aquel aquelarre mientras aún seguía amordazado a la silla de solido roble.
El par de caballeros despertaron por la mañana y a sabiendas de que ni uno ni otro podría jamás mencionar algo de la anterior velada. Simplemente tomaron sus pistolas, se vistieron, desataron al pobre dueño del burdel y se marcharon después de amenazarlo de muerte si mencionaba algo de lo sucedido.
Los revolucionarios se dirigieron a sus puestos de trabajo respectivos. Kingo a darle un informe al general Villa de que había encontrado a Fierro y Rodolfo se dirigió con su escuadrón a terminar la orden que aún no concretaban, llevar un cargamento de suministros a un puesto de mando cerca de una laguna.
El carnicero después de despedirse cabalmente de Nonaka se encontraba de un humor peculiar, no bromeo al encontrarse con sus semejantes, simplemente pidió una botella de ron y se dispuso a cargar en exceso a su caballo con municiones y algunas monedas de oro, que los revolucionarios habían robado de una hacienda que se había negado a darles su apoyo.
El camino a su destino era árido y caluroso. Toda sensación de sed que sentía Rodolfo era saciada con tragos de licor.
La caravana avanzaba fiel a su destino, mientras fierro no cesaba de beber, como si quisiera poder tragarse el nudo que tenía tenla garganta.
De pronto se toparon de frente con una inmensa laguna, el cuerpo acuífero era tan grande que tenían que alargar su trayecto rodeándola, porque de otra manera seria imposible cruzarla.
Rodolfo Fierro llevo su caballo de frente a la laguna y lo detuvo antes de entrar.
-Señor, si trata de pasar por el medio de la laguna, no podrá llegar al otro lado- grito un caudillo que pudo ver a su superior quedándose atrás pensativo.
Rodolfo simplemente lo ignoro y entro sin mesura a la laguna montado en su caballo.
Como se esperaba, su caballo comenzó a atascarse por el fango y la maleza de la laguna. El equino desesperado forcejeo tan duro que el carnicero cayo dentro del agua, la corriente los llevo a lo profundo de las aguas. La embriagues de aquel hombre no le permitió tener las capacidades de reaccionar e intentar nadar fuera de las aguas oscuras por la tierra.
Solo las siluetas de aquellos seres hundiéndose en el agua, fue lo último que pudieron ver los presentes en esa ocasión.
Rodolfo sabiendo que ese fin tan ridículo era idóneo para su muerte. Exclamo tristemente mientras se hundía a las profundidades de la laguna, -Pancho, te amo-
Días después de aquel echo, la noticia de la muerte de Rodolfo fierro llego a villa, que sin dudarlo mando a kingo Nonaka a buscar el cuerpo de aquel que fuese su mano derecha.
El japonés llego al lugar y tras unos días de búsqueda, una tarde pudo encontrar el cadáver de su amigo envuelto en maleza de la laguna iluminado por el sol que se hundía entre los cerros.
Lo llevo a la superficie y cuando ambos quedaron tirados en la costa de la laguna kingo exclamo llorando.
-Personas como tu jamás merecerán ser amadas, sin embargo, nunca en todo lo que nos queda de historia, merecerán ser olvidadas-.
Fin