Escrito por: Denisse Alvarez (Bolivia)

En una noche fría donde las calles de una creciente ciudad se encontraban desolada, como si no hubiera más habitantes que dos sombras que se movían con prisa hacia una casa que se destacaba por ser más grande que las que la rodeaban. Entraron a aquella residencia en la Calle Jaén, que se convertiría en una de las más importantes para la ciudad de La Paz.

-Sabes que nada de lo que digas me hará cambiar de opinión – dijo Pedro Domingo Murillo, líder de una sublevación que no se detenía y cada vez se hacía más grande, precursora de la independencia de Bolivia.

-Tu y yo sabemos cómo terminara esto, ahora mismo todos quieren tu cabeza y no ganaremos nada si consiguen su objetivo- reclamaba el Gral. José Ramón Loayza mientras cerraba las puertas de una de las habitaciones de aquella casa que le pertenecía y la había dado a Murillo como base secreta para la resistencia, sin embargo, estaban a punto de descubrirlos.

¿Y qué esperas que haga? no me voy a rendir porque, aunque lo hiciera seguirían persiguiéndonos, excepto a ti gracias a tu poder político. –

-No es eso-. La cabeza del general todavía asimilaba la decisión de Pedro sabía que el preferiría morir que huir de esto que han logrado y también las consecuencias que iban a traer.

¿Entonces qué es? No permitiré que digas que escape o algo así otra vez — replicó Pedro.

Te lo dije porque no puedo soportar ver a un hombre que solo hace lo mejor para su patria siendo ejecutado porque la ley lo decía. Sí, traicionaste y mataste a aliados de la corona, pero también la mitad de estos gobiernos que nos hacen luchar en la guerra, se llevaron de las ciudades por las que pasamos. Nadie está por encima de otro y se necesitó a un revolucionario para mostrármelo. Llámelo estupidez o sentido tonto de la justicia, he visto a demasiados hombres ejecutados simplemente por hacer lo que pudieron para sobrevivir o por defender sus ideales. ¡No podía quedarme quieto y ver a otro colgado del extremo de una soga balanceándose porque había que hacer justicia! Eso no fue justicia. Querían un espectáculo. Un espectáculo para apaciguar a las masas. He leído demasiados titulares sobre los crímenes que están cometiendo las autoridades bajo las órdenes del Rey. Hombres que quitan las vidas de indígenas o criollos que intentan revelarse y utilizan los mandatos del gobierno como sanción por sus delitos. – José respondió.

El revolucionario ni siquiera tartamudeó, solo se mantuvo firme y se rio.

-Has estado reteniendo eso por un tiempo, ¿eh? Pedro se burló.

-Si. – Las manos de José acortaron la, agarraron las solapas de la camisa de Pedro y acercaron al desconcertado revolucionario. Gimió suavemente en los labios de Pedro. El beso fue rápido, apresurado y roto demasiado pronto. José resopló, empujado hacia atrás por la mano de Pedro en su pecho y los ojos café del hombre ardieron en los del antiguo abogado.

¿Qué estás haciendo? – Pedro preguntó, pero su voz era ronca, más profunda que antes.

-No lo sé. – Las manos de José cayeron, cayeron a sus costados cuando la cama chocó contra la parte posterior de sus pantorrillas.

-Entonces respóndeme esto de nuevo José-. Pedro no se movió. El silencio del general lo incentivó lo suficiente para continuar. -No eres un revolucionario como yo y no eres un títere de la corona, entonces, ¿en qué te convierte eso? –

-Un hombre muy egoísta-, gruñó José, apartó la mano y cerró la brecha. Los labios chocaron, los dedos se aferraron a la tela con desesperación buscando un ancla en un mundo que cambiaba demasiado rápido y lo dejaba todavía tambaleándose.

Las manos de José se tensaron en la áspera tela de la camisa de Pedro hubo un momento de desequilibrio en el que Pedro se separó, arqueó la ceja y formuló la pregunta que su boca preocupada no podía. José se lanzó hacia adelante de nuevo, su lengua buscó el permiso de antes y Pedro lo consintió. Las manos se movieron para liberar la camisa de Pedro, los dedos de una vida dura en el ejército encontrando la piel de caramelo desnuda, su estómago se contrajo ante el toque frío de los dedos de José.

Con las frentes juntas, José miró fijamente los ojos entrecerrados del hombre que le había robado todo. Y él se lo había dejado.

-Dime que pare si no quieres esto- José jadeó, lamiendo los labios hinchados con la lengua reseca. Sus manos descansaban contra las caderas de Pedro.

-Carajo, no lo digas ni en broma- espetó Pedro, con el puño cerrado en las solapas del chaleco tiró del general. -Termina lo que empiezas y deja de burlarte. No disfruto ser un juguete -.

José tragó saliva, se armó de valor y empujo a Pedro para hacerle perder el equilibrio. El revolucionario cayó sobre la cama, aterrizando torpemente sobre los codos. José se quitó la ropa que le estorbaba. El borde de los labios de Pedro se torció en una sonrisa burlona. Sus pechos se presionaron juntos.

El ex abogado finalmente lo beso. José respondió al entusiasmo con un gemido, sus manos igual de curiosas, pasó una mano por esos abdominales dignos de un soldado, adoró el cuerpo del general con toques suaves. José observó, con los ojos vidriosos en silencioso asombro mientras la habilidad de esas manos provocaba pequeños gemidos y escalofríos en su cuerpo.

-Estás dudando- Pedro lo notó, se incorporó para sentarse

Sí. – José se pasó una mano por el pelo, alborotó los mechones y dejó que el apéndice cayera deshuesado a su costado. —Me he acostado con muchas mujeres, pero esta… Esto es una fantasía. La realidad me golpeó,

supongo. No es que no tenga experiencia, simplemente… no estoy seguro. Tengo la idea de cómo funciona, pero…-

Pedro interrumpió su divagante frase cuando un beso en la carne endurecida escondida debajo de los pantalones de cuero curtido. La voz de José se entrecortó, un gemido atravesó su ridícula diatriba.

-Nosotros podemos parar. – Dijo Pedro. Retiró las manos y se echó hacia atrás, cruzando los dedos detrás de la cabeza para tumbarse sobre la cama.

¡No! No, – José calmó su tono después de la exclamación apresurada. Estaba seguro de que sonaba tan desesperado como se sentía su cuerpo herido.

-Decídete, pero no voy a presionar. Sin embargo, si decides no hacerlo, tendrás que dormir en el suelo. –

-Espera un minuto. La cama es lo suficientemente grande para los dos –

-Lo es, pero no la estoy compartiendo. No eres el único egoísta, José- Pedro resopló. El indicio de risa aún bailaba en su rostro.

-Quiero esto. – respondió el general.

Pedro se inclinó hacia adelante, el vello facial rozó la garganta de José, los labios acariciando las venas del hombre mientras sus manos trabajaban en los lazos de los pantalones de cuero. La carne endurecida y ansiosa debajo de la ropa recibió una caricia firme. La respiración de José se entrecortó, los ojos entrecerrados. Y la forma en que los dedos del hombre liberaron las ataduras que mantenían atrapada la polla del general.

José gimió cuando las manos del revolucionario lo trabajaron. Sus ojos se cerraron, y se preguntó cuánta práctica tendría Pedro en esto. Dejó ir su control, se fundió con el toque de y esas manos diabólicas. Los dedos se deslizan por el eje, siguen la curva de la carne dura y un pulgar áspero juega sobre la cabeza del miembro. José se mordió el labio inferior, agarró con fuerza al revolucionario y se puso encima de él.

-Ansioso. – Pedro murmuró y el general selló más quejas con un beso feroz y envolvente, las manos de José separaron las piernas del revolucionario y lo mantuvieron en exhibición.

-No te muevas-. Ordeno el general, la mano de Pedro comenzó a trabajar a lo largo de su descuidada polla, manteniendo su atención en José mientras el

hombre finalmente encontraba lo que estaba buscando. La lata en sus manos no estaba etiquetada y Pedro sospechaba de su contenido.

José metió dos dedos y los cubrió con el contenido de la lata. Pedro miró, con el cuerpo tenso e inseguro de lo que vendría después, pero su mente estaba llena de posibilidades. José se sentó una vez más a horcajadas sobre Pedro, con las poderosas piernas abiertas. Los dedos cubiertos con el contenido de la lata se movieron,

y presionaron los dedos dentro de Pedro. Con la ayuda del lubricante improvisado, José se deleitó con la forma en que el cuerpo de Pedro lo aceptaba.

-Ahí es. – El revolucionario se inclinó hacia adelante y se estrelló contra los labios ajenos en un beso profundo. Se perdieron el uno en el otro. Sus cuerpos se fusionaron y se rodearon el uno al otro. La incertidumbre de José desapareció bajo los sonidos del hombre debajo de él.

-Basta de juegos- dijo José sujetó su miembro y lo dirigió a la entrada de Pedro, un fuerte gemido salió de sus gargantas un leve vaivén empezó entre sus cuerpos.

En aquella noche varios pensamientos pasaron por las mentes de nuestros protagonistas, uno de ellos fue el día en que se conocieron, cuando se vieron en el ejército y Murillo no era más que un soldado que admiraba a su superior, y después de descubrir quién era verdaderamente esta persona y la suerte que tuvo de encontrase con él.

Pedro sintió las estocadas de José volverse más fuertes. – ¡Ah, José iDios! Qué bien se siente – gimió más fuerte. Estaba cerca tan cerca, en ningún momento José había dejado de dar en aquel punto especial dentro de él. ¿Cómo era posible que este hombre conociera tan bien su cuerpo? Se preguntaba.

-¡Pedro!-gruñó, abrazando al hombre debajo de él -En verdad te amo – susurro al momento que sentía a Pedro correrse entre ellos y gritó en su propio orgasmo, dejándose caer una vez que sintió que la última gota salía.

-También te amo- dijo Pedro y se acercó al rostro del general. El beso fue suave pero desgarrador. Aquella necesidad de hace años se fundía junto a sus bocas, mientras sus labios masajeaban los ajenos. Y luego volvieron a unir sus cuerpos hasta que la luz se asomaba en la habitación.

Los dos sabían que era la primera y la última noche que pasarían juntos y la última noche donde podrían expresar lo que sentían, el camino del revolucionario no se iba a detener.

Poco después Loayza tuvo que salir de la ciudad para ayudar con la revolución, como lo habían planeado y poco después se enteraría del juicio de los miembros de la resistencia y el final que obtuvieron. Los cuales desde esa fecha se los recordaría como héroes del país, pero José siempre recordaría a Pedro no solo como el hombre más valiente que hubiera conocido, sino también como el amor que lo inspiraría en cada momento que reste de su vida.

Fin