Escrito por Emphy Seki (Perú) Ganadora del SEGUNDO LUGAR en el concurso de fanfics Latinalia 2020
Francisco Pizarro[1] sabía que su vida cambiaría tras alistarse en los tercios españoles y luchar contra los franceses. Al ganar experiencia pudo participar de las expediciones a América. De las tres veces que Pizarro cruzó el Atlántico, esta última fue la más memorable. No podía sacar de su mente la primera impresión de aquel poderoso Inca que había aparecido en la ciudad derrochando opulencia, abriéndose paso sobre un trono ceremonial cargado por sus súbditos de confianza, ostentando el tan ansiado oro, pero eso había pasado a un segundo plano.
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Atahualpa[2] era este altivo personaje, heredero al trono de todo el Imperio Inca, después de la muerte de su padre, al salir victorioso del enfrentamiento con su hermano Huáscar. Él ya conocía de la presencia de estos “señores barbudos”, que algunos consideraban deidades por parecerse a los monolitos[3] que adoraban. Atahualpa también compartía esa idea, mas se mantuvo imperturbable ante su presencia, incluso al ver por primera vez a estos impotentes, monstruosos animales de cuatro patas a los que llamaban caballos. Su error fue no entender que los forasteros querían convertirlo a su fe, el cristianismo, para ello le extendieron un objeto sagrado, al que llamaban biblia. Para Atahualpa, aquello no pasaba de ser una pieza insignificante que tiró al suelo, iniciando la masacre.
Llegó a pensar que perdería la vida en ese lugar, sino fuera por el mismo Pizarro, quien lo salvó hiriéndose la mano en el proceso, advirtiendo a sus compañeros que lo quería vivo. Así, lo mantuvieron cautivo, amarrado, debilitado por los golpes recibidos.
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La noche del 16 de noviembre de 1532 Pizarro fue al encuentro del Inca, con la intención de conocerlo mejor. Sabía que no hablaban el mismo idioma y que sería más fácil si llevaba a un intérprete, pero quería evaluar su inteligencia; además, de comprobar por sí mismo que podía manejar este tipo de situaciones, si es que quería convertirse en el gobernador de todo este nuevo territorio.
Atahualpa no bajó su mirada en ningún momento cuando lo vio aproximarse, manteniendo siempre ese aire de superioridad. Frente a frente Pizarro tampoco le quitó la mirada, los ojos del Inca ardían en llamas como diciendo «buscaré su punto débil y los destruiré«.
Pizarro tenía la intención de mantenerlo prisionero, sin la necesidad de maniatarlo, después de todo estaba tratando con la realeza; levantó las manos lentamente con el fin de liberarlo, el gesto alertó al Inca, por lo cual Pizarro soltó la soga con mucha cautela. Atahualpa lo miró sorprendido, aunque sin bajar la guardia. Luego lo llevó del brazo hacia su carpa, donde se encontraba la cena servida, el espacio estaba cómodamente amoblado, nada mal para un lugar provisional en medio de la nada.
Pizarro le hizo un gesto con la mano señalando hacia la mesa con comida, invitándole a servirse, como Atahualpa no hizo nada, él mismo empezó a llenar su plato. Al terminar hizo un chasquido con la boca, ahí Atahualpa entendió que tenía que hacer lo mismo. Cuando ambos se sentaron comieron en silencio, sin dejar de mirarse, estudiándose.
_ ¿Gustáis?
No obtuvo respuesta. Había olvidado que no hablaban el mismo idioma. Gruñó un poco, cuando los platos se encontraron vacíos los recogió.
_ Así que vos sois el poderoso Inca. Fue muy fácil engañaros.
Pizarro daba vueltas por la carpa, atento a los movimientos de su prisionero, quien se encontraba todavía sentado, para evitar algún intento de escape. Luego se agachó para sacar algo de un baúl cercano, volvió hacia Atahualpa, acercándose a su rostro, amenazador.
_ Vuestros dioses no os protegieron porque son un farsa.
El español esbozó una punzante sonrisa, le mostró lo que sacó, una cerámica erótica de la cultura Moche[4]: dos hombres, uno recibía la felación del otro. Atahualpa lo miró sin emitir reacción alguna. ¿Acaso era normal para él? Irritado, Pizarro se enderezó sin retroceder, tomó la nuca de Atahualpa con violencia empujándolo hacia la altura de su ingle.
_ ¿Queréis deste?
Se bajó el pantalón, no del todo, solo lo suficiente para dejar al descubierto su pene a media erección, estaba lo suficiente flexible para poder dar pequeños golpes en la cara del Inca.
Pizarro se dio cuenta entonces de que fue buena idea despojarlo de sus indumentarias de oro, en su lugar Atahualpa vestía una tela vieja que le cubría medio pecho y el área pélvica. Atahualpa no hizo nada, su expresión era sereno, indiferente a lo que el español quería obligarlo a hacer.
_ Vamos, abrid la boca.
Al no recibir respuesta, Pizarro molesto golpeó a Atahualpa tan fuerte que lo hizo caer de la silla. De inmediato, Pizarro lo jaló hasta donde se encontraban unos cojines que servían como cama provisional, lo arrojó sobre estos para colocársele encima, sujetando sus dos manos con una, mientras que la izquierda buscaba su miembro para entrar en el indio.
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Si bien Atahualpa no entendía sus palabras, podía deducir la intención de humillarlo, algo que no iba a permitir; así que, valiéndose de su juventud, fuerza y habilidad en el combate, empujó a Pizarro con la pierna izquierda, girándolo para caer sobre el español, invirtiendo los papeles. Ahora era el Inca quien tenía aprisionado a su captor. Se quedaron por un minuto en silencio.
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Los ojos de Pizarro oscilaban entre la sorpresa y la excitación, aunque no quería admitirlo. Por un momento se quedó sin saber qué hacer, temiendo que alguien apareciera de pronto en su tienda descubriéndolo en tan penosa situación.
_ No os atrevéis a…
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El Inca dudó si proseguir. Si lograba noquearlo no saldría vivo de ese campamento, sabía que afuera lo esperaba una gran cantidad de soldados que no dudarían en atacar, pero si hiciera lo que el español quería hacer, estaría claro que él sería el vencedor. Atahualpa, que pertenecía a la nobleza, sabía de antemano todos los rituales que se realizaban en sus dominios, por eso no le sorprendía lo que el español intentaba hacer. La sodomía era casi considerado sagrado.
Atahualpa se sentó en el abdomen de Pizarro para inmovilizarlo. Después de unas sacudidas este se dio cuenta de la diferencia de fuerzas que había entre los dos, nada de lo que haga podría alterar la situación. Era el turno del Inca de lanzarle una lasciva sonrisa.
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Pizarro vio horrorizado cómo se acercaba hacia su rostro ese falo robusto, totalmente erecto, hurgando entre sus labios; finalmente cedió, abrió la boca, el Inca lo penetró con semblante divino, dando leves movimientos de atrás hacia adelante. Pizarro instintivamente colocó sus manos sobre sus nalgas, siguiendo el movimiento. Lo estaba disfrutando. Cuando Atahualpa se apartó, Pizarro buscó sus labios, plenamente excitado.
El abrazo fue salvaje, rodaron por la cama. De nuevo Pizarro se colocó encima. Eso no le gustó a Atahualpa, así que con una hábil maniobra terminó detrás de él, mientras aprisionaba al español contra su cuerpo y los cojines de seda. Pizarro gruñía en voz baja, no quería que nadie más lo escuche mientras disfrutaba, aunque para ser sincero eso ya no importaba. Quería tenerlo dentro.
Su deseo fue cumplido. Atahualpa había usado su boca primero para lubricar y poder hundirse en la estrecha entrada de Pizarro. El proceso fue doloroso, tanto que le rogaba parar con voz entrecortada, aunque al mismo tiempo quería que siguiera.
El Inca tenía tres esposas a las que de seguro penetraba analmente, porque demostraba orgulloso tener destreza en su proceder, lo que Pizarro agradeció. El dolor desapareció, ahora le dominaba el placer, aún más cuando sintió dentro ese líquido acuoso. Las embestidas pararon, pero él todavía estaba duro, así que antes de que la saque comenzó a masturbarse incrementando la velocidad hasta también eyacular.
Odió cuando el Inca dejó su cuerpo porque el dolor volvió, pero el goce fue mayor.
Atahualpa no parecía tener la intención de huir, sintió que llegaron a un acuerdo. El Inca le extendió la mano, Pizarro lo miró perplejo pero le respondió el gesto. Ambos rieron, uno al lado del otro, sin decir más palabras.
*
Los días pasaron, Atahualpa seguía siendo su prisionero en un edificio, aunque le dio muchas libertades, lo dejó tener a sus esposas, mientras seguía gobernando el Imperio Inca; además, el soberano se había hecho amigo de varios españoles, gracias a su carisma y jovialidad. Se decía que ambos cenaban todas las noches y jugaban ajedrez, incluso Atahualpa había aprendido un poco de español.
Los más allegados a Pizarro comenzaron a sospechar de la relación que había entre ambos, presionándole a que eliminara al Inca. Obviamente Pizarro no quería eso, porque cada vez que sucedían esos “juegos” o “cenas” disfrutaban de otra actividad, en la que Atahualpa era pieza clave.
Sin embargo, la situación llegó a un punto en el que debía elegir. Sabía que ni la corona, ni sus compañeros entenderían esta unión, porque para la religión católica eso era pecado, y de descubrirse probablemente moriría junto con Atahualpa. Así que con lágrimas en los ojos[5], vio morir a su amigo, amante, bajo una hoguera el 26 de julio de 1533.
Pizarro mostraba parecer lo más frio posible para no levantar sospechas, aunque llevaba el corazón destrozado. Agradeció haberse casado con la hermana de Atahualpa, a quien podía ver reflejado en aquellas noches de pasión.
Anexo
[1] Conquistador español que lideró a comienzos del siglo XVI la expedición que iniciaría la conquista del Perú. Fundador de la “Ciudad de los Reyes”, actual Lima, capital del Perú.
[2] Fue el último soberano inca.
[3] Monumento de piedra de una sola pieza.
[4] Anexo. Arte de la cerámica Mochica, cultura arqueológica del Antiguo Perú que se desarrolló entre los siglos II y V al norte del Perú.
[5] «Yo vi llorar al marqués [Francisco Pizarro] de pesar de no poderle dar la vida.» (Busto Duthurburu, 2001, p. 164)