Escrito por: Julio A. Garcia (México) Ganador del Tercer lugar del concurso de Fanfic Latinalia 2023
“Mi vida se podría considerar la ironía hecha carne” Fueron las palabras reacias que los pensamientos de Ignacio de la torre y Mier declinaba dentro de su mente aquella noche de noviembre, mientras era apresado por miembros de la policía nacional.
Los hechos de aquella noche hubiesen quedado impunes para las cuatro decenas de hombres que se encontraban en esa fiesta, si no hubiese sido delatada por un vecino arisco al sueño profundo. Puesto que, al trasnochar por el bullicio de la casa aledaña, reporto con furia la aprensión de la muchedumbre.
Los elementos judiciales irrumpieron el jolgorio con la prepotencia que caracteriza a los hombres uniformados. Pero, así como una persona siente asombro e incertidumbre al levantar una piedra y mirar una cantidad inusual de insectos huir de la presencia de la luz. De esa manera los policías quedaron atónitos al mirar como los invitados en esa celebración eran importantes miembros de la alta sociedad mexicana, sin embargo, solo la mitad vestían como tal. Dado que el medio restante, portaban vestidos de una alta gama, zapatillas de precios elevados y el ornato de sus rostros era de los más finos maquillajes.
Cuando el impacto de aquella escena fue digerido por la débil mete de los judiciales, sus músculos y sus precarias emociones se endurecieron. Los forcejeos, la violencia, los insultos, fueron el sustituto de la música de aquella velada. Dejando de lado la melodía de un vals, para convertir los apabullantes gritos de los invitados en un réquiem que anunciaba el final de esa redada.
La noche dentro de la sección “J” de la prisión fue acalorada, no solo por la elevación de la temperatura que emanan los cuerpos humanos al aglomerarse en un espacio reducido, sino por el desconcierto de todos los hombres a los que les habían imputado cargos de depravación de moral y demás cargos falsos para su fácil integración a la parte interna de una celda.
No obstante. El único hombre que no rechistaba y hasta parecía mofarse de la situación era el joven Ignacio que recordaba sus pasos en el ayer que lo había llevado hasta ese entorno.
Dentro de sus memorias paso el efímero recuerdo de su niñez. Donde al ser el séptimo hijo de un hacendado adinerado, gracias a la explotación de la caña de azúcar. Su vida estuvo llena de lujos y privilegios de los que el mismo estaba consiente. Donde, durante esa etapa de su vida, se conoció a sí mismo, al ver reflejado sus deseos más carnales en los seres de su mismo sexo. Quienes fueron sus recurrentes amoríos desde una edad temprana.
Para después pasar al recuerdo del encuentro de quien sería su esposa.
Amada Díaz. Hija del presidente de México y general Porfirio Díaz. Mismo que al denotar la alcurnia y fortuna del ahora joven Ignacio, ofreció la mano de su hija para concretar el matrimonio. La constante en la vida de Ignacio se hizo presente, la ironía alcanzo a inundar su hogar. Puesto a pesar que el nombre de pila de esposa era Amada. El jamás pudo sentir la más mínima pisca e amor hacia ella. El acepto ese matrimonio como un camuflaje salvaje, donde podría disfrutar del desenfreno de la promiscuidad con los varones, mientras disfrutaba de la comodidad de la aprobación social que puede recibir un hombre que había consolidado su matrimonio con una mujer.
Los oníricos pensamientos de Ignacio fueron interrumpidos por la luz del sol y junto al roció de la mañana recibió la noticia de su liberación.
Una vez más la impunidad, la ironía y el privilegio habían jugado a su favor.
Mientras la resaca hacia efecto en él, podía ver los primeros vestigios de sus actos. Todos los medios de comunicación existentes daban la noticia de su parranda nocturna. Sin embargo, En la cantidad de implicados se notaba la ausencia de su persona. Y la respuesta a esa incógnita fue descubierta esa misma tarde que Don Porfirio días le cito en su oficina para explicarle que ningún miembro de su familia debía verse envuelto en tan canallas noticias. Pero, que el perdón sería algo que jamás le otorgaría.
Después de acatar las consecuencias de sus actos decidió volver a su hacienda, un espacio donde el arrepentimiento aun no alcanzaría su alma.
Puesto que, al poco tiempo conocería al dueño de su corazón. Un joven revolucionario llamado Emiliano Zapata. Este hombre, escondía dentro de su masculinidad la más apasionada afición hacia Ignacio. Puesto, que a pesar de haber cumplido la tarea mercantil que lo llevo a la hacienda de Ignacio de la Torre. Le seguía frecuentando con regularidad.
Ambos se tenían en una estima inusual, cada que Zapata recargaba víveres para la causa, se podía sentir en el ambiente la atracción entre ambos.
Hasta que un día mientras cargaban maíz en las mulas, Ignacio cerró la puerta del granero para vaciar todos esos meses de abstinencia acumulada desde su aprisionamiento.
Al principio Zapata se mostró arisco a los besos y a las caricias, pero la negación fue cayendo como la noche sobre ambos. Ignacio aprovecho cada segundo de experiencia previa, para darle placer a su pareja. Hasta las prendas tocaron el suelo y hasta que el clímax toco sus almas.
Después de eso. Emiliano no volvió a tocar la puerta de esa hacienda nunca más y su hombría encerró los brutales sentimientos que sintió después de esa noche y a pesar que todos los días antes de conciliar el sueño se preguntaba así mismo el paradero de su efímero amante, nunca externo sus preguntas a nadie más.
Hasta que, sin pedirla, la noticia de la muerte de Ignacio le llego, no solo a los oídos, sino directamente al corazón. Ignacio murió como el ente esporádico que fue. Con la ironía y el secreto hasta el final. Murió de una enfermedad venérea en el extranjero, que fue encubierta como una enfermedad intestinal. Todos estos secretos fueron enterrados junto a él, para ser profanados solo por los amantes de la ironía.