Escrito por: Paola Hermosilla Berríos (Chile) Ganadora del Primer lugar en el Concurso de Fanfics Latinalia 2023
-Lo trasladaremos a Quillota, reúna sus cosas.
El galope lento de su caballo mecía como un arrullo su cuerpo cansado por días de encierro. Se preguntaba si José Miguel sintió lo mismo, si camino a la muerte recordó a su Manuel o quizás a alguna de las promesas que se hicieron juntos. Si lo que lo mantuvo cuerdo en las frías noches en suelo extranjero fue el calor de su pasión compartida por la libertad o la de la piel de ambos conquistándose uno al otro.
Cuando la noticia de la muerte del General Carrera se extendió por la tierra y llegó a sus oídos pensó que enloquecería. La rabia fue lo único que tiñó cada poro de su piel e incapaz de razonar se dispuso a enfrentar a O’Higgins asumiendo las consecuencias.
– ¡Sus manos están manchadas con la sangre de los Carrera! ¡La soledad será su condena O’Higgins!
Eso le había dicho, pero se preguntaba si un traidor como él era capaz de sopesar el valor de la compañía. Qué podía saber él del crimen que había cometido para con la patria, arrancándole a la mente más brillante y el liderazgo más férreo, condenando a la naciente nación a nunca conocer que hubiera sido con José Miguel construyendo sus cimientos con la solidez que necesitaban. Qué podía saber de la muerte silente que provocó en el mismo Manuel, cuyo corazón había muerto con el joven general en Mendoza.
– ¡Libertad en nuestra tierra sin reyes ni tiranos!
Esas palabras… recordaba bien la primera vez que las escuchó. Fue el momento mismo en que se cuestionó todo lo que conocía sobre sí mismo, pensar aquello era pecado contra un rey elegido divinamente y si ya pecaba contra Dios por ello ¿No era amar al mensajero un pecado peor? Un hombre deseando a otro hombre y juntos deseando someter la voluntad divina… Estaban condenados al infierno. (hermoso párrafo)
Pero el saberse sin salvación les entregó un regalo deseado: Libertad. Porque desde ese entonces en cada ocasión en que la mesura y decoro para con sus soldados lo permitía, escapaban en la oscuridad y se entregaban a la pasión que ni sus esposas conocían de ellos. José Miguel era hermoso, más que cualquier hombre o mujer que hubiera conocido, pero además era inteligente, un líder nato y todo eso se reflejaba en las sábanas de las cantinas baratas en las que ahogaban su deseo antes que amenazara con consumirlos. Pero había otras noches, donde se abrazaban bajo el cielo estrellado haciendo la guardia nocturna, compartiendo sus sueños y besándose suavemente. Noches en las que no hacían el amor con la piel, sino que grababan el sentimiento en sus almas.
Cuando José Miguel fue detenido, envió unas cuantas cartas haciéndose pasar por su esposa, actualizándolo en códigos secretos entre líneas y manifestándole su temor por una pronta despedida. Nunca recibió ninguna respuesta, pero esperaba que al menos una sonrisa fuera sacada de sus labios por una de las bromas subidas de tono decodificadas en el papel.
Los caballos se detienen y le solicitan desmontar, es el fin al parecer, de su viaje. Nunca verá a la nación por la que ambos lucharon. Nunca sabrá que tan libre hubiera sido su amor en una tierra sin reyes ni tiranos. Nunca volverá a ver al majestuoso general desnudo entre sus brazos.
– Guíame…
Eso fue lo que dijo su amado la primera vez que intentaron unir sus cuerpos y el corazón del guerrillero se detuvo, porque esa era una petición de su superior, un líder nato, alguien que siempre estaba en control y aquí estaba, sobre él en un establo indigno de su clase y su derecho de nacimiento, pidiéndole, no ordenándole, que le enseñara algo que él tampoco conocía. Ambos se besaron por lo que parecieron horas tratando de alargar el momento en que finalmente consumarían el pecado de su unión. Fue realmente vergonzoso… cuando José Miguel entró en su interior pensó que el dolor mismo era un castigo al crimen que estaban cometiendo. A la vez, su general sólo duró unos minutos y se deshizo en disculpas toda la noche como si por esto pudieran quitarle su rango. La mañana siguiente realmente pensó en solicitar esa baja de rango cuando tuvo que montar por horas a la siguiente ciudad, pero la preocupación de los ojos ajenos sobre él todo el camino definitivamente lo convencieron de volver a intentarlo, una y otra vez hasta que no quedó nada de los hombres inexpertos que fueron esa noche.
Siempre amó la combinación de colores de sus uniformes desechados en el piso: esmeralda y oro sobre negro y plata, como la noche siendo tragada por un bosque que se niega a dejar de brillar, soleado aún en la oscuridad. Era un reflejo de ambos, dos polos opuestos de una misma fuerza, unidos con un fin común, pero a la vez entrelazándose hasta perderse sus bordes y, a pesar de las diferencias, no podías ver donde empezaba un traje y terminaba el del otro. Como sus almas, sus cuerpos, su lucha.
– ¡Preparen sus armas!
Esa noche…. así que mi último pensamiento antes de morir será esa noche… no es un mal recuerdo… No lo es en absoluto…
– ¡Apunten!
¿Estas esperándome? ¿Has convencido ya al diablo con tu labia y te instalaste cómodamente en el infierno? Eso espero, nunca fui tan bueno en las negociaciones como tú… Aunque especialmente tú José Miguel, de entre todos, mereces el cielo. Una parte de mí quiere no encontrarte allí y te desea el paraíso prometido, ese que luchaste por construir en tu tierra y que te costó la vida. Pero la otra, egoístamente, quiere volver a verte, no importa donde sea, cielo o infierno, ya no importa, sólo quiero que estemos juntos donde sea nuevamente… Esta vez para siempre.
– ¡FUEGO!
Supongo que lo averiguaré pronto… mi general.