Escrito por: Gianella Campomanes (Perú)
– Ya fue.
De esa forma Vargas respondió al “Esto ya no da para más” de Zasa. La respuesta fue seguida por una sonrisa algo forzada por parte de Vargas para que no se ponga tan gris y silencioso el momento. Zasa sólo se limitó a verlo.
Vargas empezó a desviar un poco la mirada, se podía notar a través de sus lentes de sol. Ni quería mirar a Zasa a la cara. Sentía los ojos azules del muchacho como clavos que se le clavaban poco a poco.
Zasa también desvió la mirada. La situación terminó volviéndose más gris y silenciosa de lo esperado.
En medio de ese silencio ambos recapitularon rápidamente todo lo vivido. Esos días y esos últimos segundos como pareja. No deseaban que esos recuerdos vinieran pero eran como esas visitas no deseadas que por pura educación debes recibir bien hasta que se vayan.
Llegaron recuerdos que iban desde peleas tontas, peleas más fuertes que tiraban a los gritos y quedarse afónicos, recuerdos de los días más preciosos que tuvieron, la vez que Vargas le invitó Inca Kola a Zasa y el peliplateado bromeó diciéndole que sabía a chicle (y Vargas, aunque enojado, se puso a reír). Recuerdos que tenían como fondos días soleados, lluviosos, días donde lo mejor era quedarse juntos sin hacer nada más. Recuerdos que tenían como sonido risas, conversaciones que iban a quedar sólo entre ellos, discusiones, palabras llenas de amor.
Sólo puros recuerdos desde ahora.
El silencio se prolongó más. Seguían con mil cosas en sus cabezas. ¿Qué pudo haber salido mal?
Qué pudo haber salido mal en una relación que, si bien tuvo sus altos y bajos, no daba indicios de desmoronarse. ¿Habrá sido tal vez el hecho de que la escondían a más no poder?
¿Que no querían que los demás se enteraran? ¿Que ambos inconscientemente guardaban dudas de si “esto está bien”? ¿Que a pesar del amor mutuo y completo se desgastaron cosas que no se podían ver a causa de esas dudas, sus miedos? ¿Qué pasó?
Y con esos pensamientos que paseaban en sus cabezas tratando de buscar
una razón el silencio seguía. Vargas dio un fuerte suspiro. Se le veía
pensativo, con la mente distante. Fingía que no le chocó tanto cortar pero hacía evidente lo contrario. Ser estoico no era lo
suyo. Zasa notaba eso. Podía hacerlo porque la sonrisa de Vargas no era la que siempre veía. Veía una sonrisa que era más una cortina para esconder todo el enredo que había dentro.
El silencio empezaba a volverse odioso.
- ¿Quieres que termine todo aquí? ¿Así nomás?- dijo Zasa con tranquilidad.
- Sabes que así no me gusta. Sería muy tosco cortar así sin más, ¿no crees? – le respondió Vargas.
Y era cierto. Aunque terminaron de manera directa con el “Esto ya no da para más” tampoco era para que el fin sea tan seco, que acabará sin más. Que dieran un hachazo final y que el día que siguieran con sus vidas lo hagan con las heridas demasiado expuestas y difíciles de cerrar.
Vargas se quitó los lentes de sol. Miró hacia arriba, pensando en algo. Zasa seguía limitándose a ver qué iba a hacer. Algo que siempre le gustó fue lo impredecible e improvisado que resultaba Vargas en ciertas ocasiones.
- ¿Te parece bien que el domingo hagamos algo? Por última vez, para terminar bien.
Sin rencores.
Zasa abrió un poco los ojos. Volteó los ojos hacia el otro lado, miró hacia arriba. Miró hacia abajo. Se andaba tomando su tiempo para responder.
- Ya, igual no tengo nada que hacer ese día.- le respondió con total naturalidad. Como si hace un rato no hubieran hecho un drama interno por separarse.
Y la conversación siguió en ver a qué hora, dónde y qué iban a hacer ese día. Reanudaron por un rato las veces que coordinaban qué iban a hacer en sus salidas. La capacidad de ambos de hacer por un instante como si nada hubiera pasado era para investigación.
Pasaron los días, fueron pocos pero se hizo sentir como que pasarán meses. Cada uno por fuera seguía en lo suyo, pero por dentro eran un caos con nervios sazonando la situación.
Llegó
el día establecido. A diferencia del día en el que cortaron, que tenía un
ambiente propicio para germinar una situación pesada: iluminación gris, mucho
silencio, mucho ruido de pensamientos, el domingo se veía con un cielo bastante limpio,
azul, nubes por acá, el sol
en un punto soportable, viento agradable. Era hasta gracioso que ese último día
tenía pinta más de ser el día ideal para una cita memorable.
¿Qué hicieron ese día Zasa y Vargas? Cosas que hacían cuando aún eran pareja. Por fuera era una salida más, otros lo verían como una salida de amigos cualquiera (amigos que se besaban y otras cosas sabrosas). Sólo ellos sabían que ese día tenía un significado distinto.
Una mezcla de querer pasarla bien, un miedo raro de que el día acabará y el constante pensamiento de “Mañana termina todo” se aparecía en la mente de ambos como una mezcolanza que haces en tus momentos menos lúcidos.
El día se iba acabando y ya llegaba la noche. ¿Había nervios? Sí. ¿Había algo más para hacer antes de al día siguiente volverse unos conocidos simplemente hasta que las heridas duelan menos? Sí.
La parejita en la noche procedió a beber. Entre que comían algo, entre que conversaban, entre que se reían por idioteces pasadas la noche se iba volando.
El alcohol ya iba haciendo efecto. Vargas se quedó viendo el precioso cabello plateado de Zasa, viendo sus labios y pues… pasaron cosas que nomás quedaron en la privacidad y recuerdos de ambos. “La noche más linda del mundo, aunque nos durará tan solo un segundo” como diría la canción.
Llegó el amanecer con un tímido sol escondiéndose en las nubes. Ambos se retiraron del lugar en el que pasaron la noche. Ambos siguieron con sus vidas como si nada, ambos estaban con heridas por cerrar.