Escrito por: Liz Carito (Ecuador) Ganadora del primer lugar de fanfics Latinalia 2025

Bolivia – 1827

-Hanahaki…

Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá escuchó la palabra extranjera como un niño que apenas está descubriendo el alfabeto.

-Es la enfermedad del corazón roto, Mariscal, las flores de su pecho nacieron de la semilla de un amor no correspondido.

Al parecer, había una leyenda sobre quienes profesaban un intenso amor que se materializaba en forma de flores. Empezaba con tos, seguido de la expulsión de algunos pétalos, en su fase final, vomitaba flores completas y las raíces eran visibles en el pecho, ahogándolo hasta la muerte.

Por absurdo que fuera, estaba dispuesto a creer en leyendas después de años de malestar sin cura, el médico le pasó un frasco con medicina que aliviaría un poco el dolor.

-Su primera opción para curarse es que el amor que profesa le sea correspondido, no basta una simple amistad o un vínculo sexual.

Lo descartó inmediatamente, confesarse al gran Libertador de América era un caso perdido.
Llevaba años amándolo en silencio, desde que descubrió al hombre detrás del uniforme, carismático, con un corazón ardiente y una convicción invencible. Estaba condenado al rechazo, porque Simón Bolívar no solo dominaba la guerra, también encandilaba jovencitas por donde pasaba, desde que enviudó, mujeres u hombres de femenina apariencia eran los afortunados de yacer en sus sábanas.

Recuerda a un joven soldado que recibía correspondencia directa de Bolívar, no pudo evitar compararse, notando su juventud, el cabello ondulado, los labios rosados, era bonito y todo lo que Sucre no era. Su propio cuerpo era más grande y ancho, no tenía rasgos delicados, nunca sería del tipo de hombre que Bolívar seduciría. ¡¡¡Mucho menos enamorarse!!!

Su otra opción era extirpar la planta junto con sus sentimientos, pero aún con morfina, seguiría consciente mientras le abrían el pecho, donde debajo de toda la carne y huesos, las raíces de su insano amor dieron forma a coloridas y perfumadas orquídeas – ¿Cuánto tiempo tengo?

-Un año…con suerte.

¿De qué sirvió entonces estar con mujeres y tener descendencia?, compartir la cama a pesar de no desearlas. De todas formas… ya se planea mi muerte en algún lugar de este país.

Bolivia – 1828

La tos hizo convulsionar su cuerpo y le nubló la vista, cuando recuperó el aliento, recibió el pañuelo que Bolívar le extendía.

-No paras de toser, deberían revisarte.

-Ya tengo medicina…– Sucre quiso darle una sonrisa confiada, pero con su apariencia solo atinó a hacer una mueca que daba lástima.

-No sabía que enfermaste.

-Supe que mandaste a honrar a un soldado – cambió el tema – ese muchacho Calderón, ¿No ha pasado mucho tiempo?

-Fue un soldado excepcional.

Sucre no pudo contener la amargura – Y supongo que era un amante igual de excepcional. El sonido de las tasas de té chocando los sobresaltaron, la sirvienta salió para darles privacidad.

-Calderón era joven y un hombre.

-¿Cuándo eso te ha detenido?

-Vine porque insististe que era urgente ¿De dónde salen estos reclamos?

De las raíces que están matándolo por dentro.

-Es el estrés… han intentado matarme y ahora debo casarme con una desconocida, nunca imaginé un matrimonio así.

-¿Esperabas una boda por amor? – Dijo Bolívar con sarcasmo– Para nosotros, el seguir respirando ya es suficiente.

-Eso dices, pero no te veo casándote con una desconocida…

-Ya me casé una vez… y no existe remplazo para María Teresa.

Sucre se sentía patético por envidiar un cadáver. Tuvo otro ataque de tos y cuando apartó el pañuelo, entre la sangre oscura y coagulada distinguió una perfecta orquídea blanca. Ya no tenía salvación.

-¿Qué es lo que tienes?

Y si iba a morir, al menos sería sin arrepentimientos.

-Hanahaki – No explicó más y sabía que tardaría en averiguarlo, con suerte, estaría bajo tierra cuando ocurriese – Simón… Me voy a morir.

Era retorcido complacerse por la preocupación en su rostro.

-Antonio…

-Por eso te pedí venir.

-¿Qué necesitas…?

-Acuéstate conmigo – Después de un largo silencio que no supo interpretar, recibió solo un suave.

-¿Por qué ahora?

Porque no tenía tiempo y no planeaba ser infiel después de casarse, no decepcionaría más a Dios.

-Todos los que han ido ha tu cama, parecen muy felices después.

Solo hubo la leve pregunta de si podía hacerlo con lo enfermo que estaba, que iluso, cada minuto a su lado aliviaba el espantoso dolor de las raíces atravesando sus pulmones.

No hubo palabras románticas ni delicadeza en el acto, solo el caliente y firme cuerpo masculino sometiéndolo sobre sus propias sábanas, los ruidos que soltó eran indignos del llamado Mariscal de Ayacucho, ni la más baja de las prostitutas suplicaría de esa manera. Pero ya no importaba, guardaría hasta su muerte el recuerdo de la expresión de Bolívar mientras jadeaba y lo embestía contra el colchón, la forma en que su sexo lo invadía por completo hasta hacerlo temblar por dentro. Su interior ardía por el calor compartido y las lágrimas corrieron por su rostro cuando sintió las grandes manos pasar el relieve de las raíces bajo la carne, había tanto cariño que no podía soportarlo.

Pero no había amor.

La mañana que los recibió era nublada y carente de color, Sucre se levantó debido a la conocida sensación de ahogo que desgarró sus cuerdas vocales, las preciosas orquídeas moradas fueron el golpe final a su corazón.

Se vistió con rapidez y con cuidado dejó las flores junto a la cama, salió a hurtadillas de su propia residencia, sabiendo en su interior que esa sería la última vez que se verían.

Pero Bolívar si volvería a saber de él cuando le dieran la noticia de su asesinato en las montañas de Berruecos.

«Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío… ¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!… La bala cruel que le hirió el corazón, mató a la Gran Colombia y me quitó la vida.»

Fin.